Editorial
Europa, esquinada por Trump
El presidente estadounidense sabe que Europa es incapaz de hablar con una sola voz y por eso ha decidido imponer la paz a golpe de teléfono. La UE debe asumir la nueva realidad mundial
Donald Trump ha sometido a los europeos a una ducha fría que los ha despertado bruscamente en medio de una realidad desapacible. Las reacciones han sido las que se podían esperar en un continente acostumbrado a gestionar desde la perspectiva del poder blando: altisonantes expresiones de indignación, malestar y llamados a la acción para evitar quedarse al margen de una negociación que se adivina decisiva. Incluso a la hora de valorar la decisión de Trump de presentar su estrategia para poner fin a la guerra de Rusia en Ucrania sin informar a ningún aliado, los miembros de la Unión Europea (UE) le han dado la razón al presidente norteamericano escenificando un amplio desacuerdo, lleno de matices, que van desde la perplejidad e irritación de los grandes países que se han sentido marginados a la admonición del húngaro Viktor Orbán de que Bruselas debe «ganarse un lugar» en la mesa de negociación en vez de suscribir «comunicados sin sentido».
Como Trump sabe que Europa son 30 voluntades (las de los 27 países miembros más el gobierno europeo repartido entre la Comisión y el Consejo, y el Reino Unido) difíciles de poner de acuerdo, ha decidido imponer la paz mediante dos llamadas telefónicas, la primera al presidente ruso Vladímir Putin, la segunda a su homólogo ucraniano Volodímir Zelensky y una importante declaración de su secretario de Defensa, Pete Hegseth, durante una reunión con el Grupo de Contacto sobre Ucrania en la sede de la OTAN en Bruselas. En dicha declaración, Hegseth hizo tres afirmaciones importantes que despertaron objeciones entre los ucranianos y los países que simpatizan con su causa: dijo que pensar en volver a las fronteras que Ucrania tenía antes de 2014 «es un objetivo poco realista», que su país no cree que el ingreso de Ucrania en la OTAN pueda ser el fruto de esta negociación y que si bien se necesitan garantías de seguridad sólidas para Ucrania tras la guerra, estas deben estar respaldadas por tropas europeas y no europeas desplegadas en Ucrania, pero que no habrá destacamentos estadounidenses y ese despliegue jamás será parte de una misión de la OTAN.
A primera vista, las palabras de Hegseth parecían una innecesaria concesión a Rusia que debilitaba la posición negociadora de Trump. Tanto el exvicepresidente Mike Pence como el exjefe de la diplomacia europea José Borrell plantearon abiertamente que era una rendición. Otros evocaron el Pacto de Múnich de 1938 que condujo a la ocupación de Checoslovaquia. Sin embargo, con el paso de las horas se ha impuesto una interpretación más fría y matizada. Hasta los ucranianos admiten que la restauración de sus fronteras no se puede lograr por medios militares en el corto plazo. Pero eso no significa que Hegseth haya anunciado que EE.UU. reconocerá la ocupación rusa. En segundo lugar, la adhesión de Ucrania a la OTAN es una línea roja de Putin, pero Hegseth no dijo que Kiev nunca será miembro, sino que no lo será en esta negociación. Y en tercer lugar, nunca se ha planteado el despliegue de tropas norteamericanas en Ucrania –ni siquiera europeas–, pero eso no excluye a la fuerza área y otros medios. En los próximos días, en la Conferencia de Seguridad de Múnich se conocerán más detalles de la estrategia de Trump y los europeos harían bien en intervenir constructivamente más que en quejarse de haber sido excluidos.
El inicio del proceso de paz en Ucrania ha sido tan estruendoso como todo en lo que interviene Trump. Pero es el momento de que Europa asuma que la realidad y las reglas del juego han cambiado y que hay tres hombres fuertes en el mundo –Putin, Xi y Trump–, con un amplio poder militar, que están dispuestos a imponer sus puntos de vista. Como ha denunciado reiteradamente Yascha Mounk, el politólogo alemán afincado en Estados Unidos, desgraciadamente la vieja Europa, que con su cultura judeocristiana nutrió la modernidad del planeta, ha preferido irse de vacaciones de la Historia los últimos 80 años y no hacerse cargo del lugar que debía ocupar. Por eso, en lugar de lamentarse por haber sido esquinada, Europa debe cerrar filas detrás de Ucrania, porque ella es la única que no puede ser excluida de la negociación, e intentar por todos los medios que Trump entienda que si Putin no ha logrado vencer en esta guerra, no puede esperar ganar en la mesa de negociación. La experiencia enseña que lo que hoy no parece realista no significa que sea imposible para la eternidad. Durante muchos años no fue realista imaginar el fin del Telón de Acero, la reunificación de los alemanes o la caída de la URSS. Por eso, es imprescindible desde ya empezar a crear las condiciones para que Trump no sea una coartada más del declive europeo.
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