Editorial
Europa en la encrucijada
Estas elecciones son más relevantes que nunca, ya que dentro y fuera de nuestras fronteras existen elementos desestabilizadores que pueden amenazar nuestra forma de vida
Este domingo tendrán lugar unas elecciones que pautarán el futuro inmediato de la Unión Europea. La conformación del Europarlamento siempre es determinante, pero en esta ocasión existen demasiados desafíos abiertos que nos sitúan ante una coyuntura ciertamente excepcional. El orden internacional que ha regido durante las últimas décadas se encuentra en declive y la posición de Europa será clave para establecer un equilibrio en el que puedan pervivir nuestra forma de vida y nuestras democracias. No es exagerado sostener que Occidente en su conjunto puede ver amenazados sus valores si Europa no renueva su ambición y su proyecto. Es casi seguro que Estados Unidos no podrá ejercer la tutela y el liderazgo que ha mantenido desde la II Guerra Mundial, y la Unión Europea tiene que asumir una cuota de responsabilidad añadida si aspira a apuntalar determinados fundamentos éticos y políticos, tanto dentro y como fuera de sus fronteras.
La inestabilidad internacional es el signo de la incertidumbre de nuestro tiempo. La invasión de Ucrania por parte de Putin demuestra que el territorio europeo no es inmune a la crueldad de la guerra y que el progreso de los pueblos no está garantizado por leyes invisibles que puedan regir la historia de forma irreversible. Esta misma semana se ha celebrado el 80 aniversario del desembarco de Normandía y, aunque los principios que inspiraron el heroísmo sobre el que se construyó la Unión Europea siguen siendo reconocibles, no siempre inspiran de manera visible y tangible la política comunitaria. La influencia de China en África e incluso en Iberoamérica, o el conflicto en Oriente Medio, donde inexplicablemente España se ha desacoplado de la estrategia compartida de sus socios europeos, son sólo algunos de los frentes que tendrá que abordar la Unión, sin contar con un manual con el que resolver una situación inédita. El ascenso de la presión de los flujos migratorios, la autonomía energética, militar y productiva o la planificación justa de los costes de transición energética sin traicionar al campo serán, sin duda, algunas de las cuestiones que pondrán a prueba la capacidad de reacción de la gran familia europea. El modo en que seamos capaces de sincopar el realismo y el idealismo en su proporción debida determinará nuestras posibilidades de éxito.
Las democracias europeas no sólo están amenazadas por agentes externos, sino que en el interior del territorio comienzan a surgir elementos desestabilizadores que debilitan los consensos sobre los que se ha asentado un período de estabilidad y prosperidad sin precedentes. El ascenso de los populismos, el acusado letargo económico en comparación con EE.UU. o la quiebra de garantías elementales para la democracia liberal como son la separación de poderes, la igualdad de los ciudadanos ante la ley o el cuidado de las instituciones son indicadores preocupantes. Europa es una comunidad política que ha sabido hacer del pluralismo su fuerza, al tiempo que ha sido capaz de reconocer un suelo compartido de valores y principios no negociables. El propósito europeo no puede descansar sobre una retórica vacía ni sobre una burocracia elefantiásica y nihilista. La Unión Europea enfrenta amenazas crecientes no ya futuras, sino presentes, pero nuestra tradición cultural, política y espiritual cuenta con recursos suficientes como para inspirar una respuesta a la altura de esta circunstancia histórica. La Europa de las tres raíces, Atenas, Roma y Jerusalén, sabrá sobrevivir si es fiel a su mejor versión, si administra su ambición con inteligencia y si asume con valentía, generosidad y determinación esta nueva etapa del que sigue siendo un gran proyecto.
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