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Los estertores del castrismo

Las protestas del año pasado y la represión que ha seguido son el punto irreversible de ruptura entre los cubanos y la dictadura. La desesperación ha multiplicado las salidas de la isla

Editorial ABC

Mientras los ojos del mundo se mantienen fijos en la dramática realidad de la invasión rusa de Ucrania, queda desgraciadamente opacado lo que está sucediendo en la isla de Cuba donde una dictadura cruel está dando sus últimos coletazos en forma de represión contra la población que intenta no morir de hambre. La cantidad de cubanos que ha huido de su país en lo que va de año supera la cifra combinada de las dos anteriores crisis migratorias de 1980 y 1994. Solo en el mes de julio fueron más de 20.000 personas las registradas, que es un volumen comparable a las que se pueden dar en un escenario bélico, lo que da una idea del grado de desesperación de los cubanos ante la incapacidad de los responsables del régimen para atender a sus necesidades básicas.

Como ya sucedió en el pasado, la dictadura cree que esta válvula de escape servirá para reducir la presión interna y por ello no se avergüenza del hecho de que una mayoría de los cubanos esté deseando abandonar su país en busca de mejor suerte. Miguel Díaz-Canel, el inefable sucesor de los Castro, tal vez cree que, como podía suceder en anteriores ocasiones, solo se van de Cuba los más desafectos al régimen y aquellos que de otro modo le podrían suponer problemas internos, cuando en estos momentos la sensación generalizada de la población es que el país está paralizado y no tiene ningún futuro mientras él se mantenga en el poder. Todo aquel que tiene una oportunidad de hacerlo, se va, a pesar de que ello supone dejar atrás dolorosamente su tierra y su familia.

De hecho, en el interior de Cuba la situación es dramática en todos los sentidos y sus dirigentes no tienen ni recursos ni medios ni modo de enderezar la situación. Los cubanos pasan hambre literalmente y últimamente dependen de la ayuda alimentaria que les envía otra de las dictaduras más crueles de la zona, como es la de Nicaragua, a pesar de que este es uno de los países más pobres del mundo. Sin apenas electricidad y con todo el sistema energético deshaciéndose por su propia vetustez y la mala calidad de la tecnología soviética con la que fue construido, los cubanos están viviendo en un infierno sin más perspectivas de solución que salir del país a toda costa para intentar labrarse un futuro decente en cualquier parte donde puedan ser libres.

Las protestas espontáneas del año pasado y la brutal represión que ha seguido pueden considerarse el punto irreversible de ruptura entre los cubanos y la dictadura. Más de 60 años confiando en vano que se cumplan las extravagantes promesas del castrismo han acabado con cualquier espejismo de confianza en el poder y en estos momentos los cubanos solo esperan el final de esta tragicomedia política que ha devastado millones de vidas y haciendas en nombre de un espejismo que llegó a ser incluso un modelo para muchos ilusos fuera de Cuba. Basta con recorrer las redes sociales para constatar hasta qué punto los cubanos han dejado atrás esa veneración obligatoria del régimen e insultan abiertamente al dictador que no tiene más argumentos que la fuerza bruta.

Lo que Díaz-Canel y lo suyos llaman defender la revolución no es más que una consigna desesperada para protegerle a él y a los esbirros del régimen. Sin embargo, haría bien en considerar con más realismo la situación porque en cualquier momento puede saltar una llamarada de descontento de los cubanos que le obligue a él y a los restos de la dictadura a seguir también el camino del exilio.

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