editorial
Carlos III, año cero
El Reino Unido de hoy se parece más al que recibió Jorge VI, en vísperas de la II Guerra Mundial, que el se encontró Isabel II, en plena expansión económica tras la victoria
No se puede decir que el ya Rey Carlos III de Inglaterra carezca de información sobre la que va a ser su misión, previsiblemente durante el resto de su vida y pese a que durante su larguísimo periodo de preparación y espera se llegaron a suscitar teorías sobre su exclusión de la cadena sucesoria por razones de edad. En realidad, una de las mayores ventajas de la Monarquía como institución es precisamente la previsibilidad del engranaje automático de la sucesión y, en este sentido, su llegada al trono británico entra dentro de la más absoluta normalidad. Sin embargo, no se puede negar que Carlos es bastante menos popular de lo que lo ha sido su madre y que sus en ocasiones estridentes tomas de posición sobre asuntos polémicos le pueden pesar en determinados contextos políticos. Si a ello se suma la más que delicada situación por la que atraviesa la economía del país, en ciertos aspectos más grave que en el continente, no cabe duda de que la historia no ha querido facilitarle las cosas, sino todo lo contrario. De hecho, el Reino Unido de hoy se parece más al que recibió su abuelo Jorge VI, en vísperas de la II Guerra Mundial, que el país que se encontró su madre, en plena expansión económica, con la reconstrucción después de la victoria. El Reino Unido está ahora solo, consumada la separación con el resto de Europa, en un incierto contexto financiero y con la evidente amenaza de un conflicto de grandes dimensiones a causa de la guerra que ha desencadenado en Ucrania el expansionismo de la tiranía rusa. La situación interna del Reino Unido, con las tensiones independentistas en Escocia y el riesgo de la vuelta a las turbulencias políticas en Irlanda del Norte, está lejos de ser ideal, y en cuanto a la nueva primera ministra conservadora, Liz Truss, parece lejos de poder emular a una figura de la talla de Winston Churchill, que fue quien recibió y guió a su madre desde la residencia de Downing Street.
Frente a estos componentes negativos del panorama británico, Carlos III puede servirse también de su apuesta, claramente manifestada desde hace años, en favor de la protección del medio ambiente, como un espacio en el que puede encontrarse con los jóvenes británicos, que afrontan la construcción de sus vidas y sus carreras profesionales en un ambiente en el que los elementos de la épica histórica tienen poco espacio. Tampoco le faltan conocimientos ni amistades entre los dirigentes del mundo para encontrar apoyos y alianzas que enriquezcan su gestión.
En todo caso, su madre ha tenido la clarividencia de, al menos, dejar lo más cerrado posible el marco de su vida personal, al permitir que su actual esposa, Camila, sea considerada como Reina consorte, en lugar de dejar abierto a la especulación el cuadro familiar, permitiendo que el fantasma de la Princesa Diana sobrevolase el palacio de Buckingham. En este sentido, su principal preocupación pueden ser las salidas de tono de la familia de su hijo Enrique, que también fue convenientemente alejada de Palacio por parte de la Reina fallecida. En todo caso, su reinado no podrá ni mucho menos ser tan longevo como el de su antecesora y, por ello, la huella que pueda dejar Carlos III no será ni mucho menos tan profunda como la de su madre, a la que ayer dedicó un conmovedor discurso. Tal vez su principal cometido en estos momentos pueda ser precisamente el de preparar la sucesión y la llegada al trono de su hijo Guillermo, para cuando llegue el momento inevitable de su sucesión. Hasta entonces, y como reza el himno británico, Dios salve al Rey.
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