Editorial
Un balance inverosímil
Pedro Sánchez repasa el año que termina con un discurso triunfalista, escogiendo los datos que más le favorecen y demostrando una autoindulgencia poco responsable
Todos los políticos tienden a subrayar sus logros y minimizar sus faltas. Sin embargo, en el balance anual realizado por el presidente del Gobierno, la autoindulgencia de Sánchez frisó por momentos una evidente desconexión con la realidad que vive nuestro país. Con su tradicional habilidad para escoger los datos que más le favorecen, el líder socialista presumió de que el PIB ha crecido en 2023 un 2,4 por ciento, según el avance del INE, el doble de lo que vaticinó el consenso de los expertos. Esta desviación se ha producido básicamente por el impacto de los fondos europeos, cuyo otorgamiento es un éxito de Sánchez que hay que reconocer, pero cuya inversión podría haber sido más eficiente de haberse gestionado con más criterio. El presidente tampoco recordó que el país sólo recuperó el PIB de 2019 a finales de 2022, por lo que prácticamente estamos donde estábamos cuando llegó al poder a mediados de 2018. Es decir, más de una legislatura casi en blanco. El jefe del Ejecutivo sabe lo que esto significa en términos de falta de crecimiento, aplastamiento de rentas y pérdida de convergencia con Europa, y por eso se limitó a decir que «no son datos para la autocomplacencia, pero sí son datos para la esperanza».
El presidente también anunció que subirá el precio de la energía –al restablecer una parte del Impuesto sobre el Valor Añadido– como si lo estuviera bajando, proclamó la prórroga de los subsidios al abono de transportes y a los trenes de Cercanías, aunque por enésima vez rompió su palabra al incumplir su promesa de dar transporte público gratis para los jóvenes que formuló en campaña electoral. En síntesis, el discurso económico de Sánchez es un tejido diseñado tácticamente para que cada uno de los miembros de su coalición puedan apuntarse un parche: Sumar, el escudo social y la supuesta prórroga de los impuestos a la banca y las energéticas; el PNV, las transferencias de esos impuestos al País Vasco y Navarra; Bildu, la nueva ley de Vivienda; Podemos, la subida del SMI en el pasado, porque se ha frustrado la prevista para finales de este año… Mientras, él ha prometido que España cumplirá con las nuevas reglas fiscales, con un déficit del 3 por ciento y situando la deuda pública en el 106 por ciento del PIB. Como un anticipo de lo que será la negociación de la financiación autonómica que piensa desarrollar básicamente con Cataluña, Sánchez anunció que transferirá la gestión del Ingreso Mínimo Vital a las comunidades autónomas de régimen general que así lo soliciten, como ya ha hecho con las de régimen foral.
Desde una perspectiva política, el presidente del Gobierno volvió a presentarse como el líder de la oposición a la oposición. Las continuas referencias al Gobierno de Rajoy pusieron de manifiesto su escasa capacidad para proyectar un discurso enteramente autónomo y propositivo. Pedro Sánchez volvió a reivindicarse como un presidente ejemplar alejado de la corrupción, un título que colisiona con la realidad, pues ha sido su Ejecutivo el que ha promovido una reducción de penas para la corrupción económica perpetrada por políticos a cambio de un apoyo parlamentario. De igual modo, las palabras de Sánchez resultaron singularmente paradójicas cuando se proyectó a sí mismo como un político cordial y alejado de los mensajes divisivos. Que un político que ha hecho del enfrentamiento y del levantamiento de un muro entre españoles su marca personal se presente como adalid de la convivencia resulta, y probablemente él mismo lo sepa, enormemente inverosímil. También es chocante que quien ha capitaneado una política de comunicación insólitamente agresiva se presente ahora como un ejemplo de cortesía. La ministra Diana Morant llamó «mentiroso compulsivo» al líder de la oposición; la vicepresidenta Calviño lo tildó de «marrullero», y el recién nombrado ministro Óscar Puente llegó a calificar a la presidenta de la Comunidad de Madrid como «incompetente de dudoso equilibrio mental». Estos antecedentes bastarían para subrayar el abismo que existe entre las palabras del presidente y la realidad, y sobre todo demuestran el sesgo desde el cual ha tratado de realizar un balance del año que ahora termina. Los hechos alternativos y el construccionismo de la realidad son una tentación de la política contemporánea. Sin embargo, son muchas las evidencias que todavía exhiben una incuestionable rotundidad frente al discurso triunfalista y ensimismado del presidente del Gobierno.
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