EDITORIAL
Albares, la peor diplomacia
La acción exterior del país no puede quedar supeditada a los amiguismos o fobias del ministro ni a la intención de convertir la diplomacia española en una mera extensión del sanchismo
El ultimo de los fuegos en la política exterior española ha prendido por el choque del ministro de Asuntos Exteriores con la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas. El desencuentro proviene por no apoyar Albares el nombramiento de Belén Martínez, también española y progresista, como números dos del servicio exterior europeo y haber pretendido sin éxito que fuera Marcos Alonso, compañero de promoción y amigo personal del ministro. Este choque erosiona la influencia española en la política exterior europea y pagaremos un precio por perder una batalla cuyos objetivos solo conoce Albares. Alonso es marido de la sustituta del embajador en Bélgica, al que cesaron tras quedarse dormido durante una intervención del ministro. Alberto Antón ha denunciado en una carta una maniobra «torpe, ridícula y mezquina» del Gobierno para desacreditar su prestigio profesional. La situación ha resultado tan incómoda que el propio embajador se ha visto obligado a excusarse alegando que se hallaba enfermo y bajo el efecto de medicamentos, y a dar otras explicaciones innecesarias tras una trayectoria profesional sin tacha.
La operación ha sido recibida entre los diplomáticos españoles con incomodidad por constituir una muestra más de arbitrariedad de ministro de Sánchez, que en el episodio de la siesta aparece adornada con un molesto eco norcoreano. El cese se suma a otros cambios que sugieren una purga ministerial en el peor momento posible. Europa enfrenta al desafío de una guerra comercial y la coyuntura internacional necesita estabilidad, confianza y la asunción de posiciones con precisión quirúrgica.
Resulta incomprensible que, en un contexto en el que se ponen en cuestión los grandes contrapesos de la geopolítica y el propio espíritu europeo en el seno de la alianza transatlántica, se conozcan noticias como estas. Otros dos embajadores han sido destituidos en concurrencia con motivos tan incomprensibles que han labrado un profundo malestar en las legaciones de España en el exterior y un miedo justificado a ser objeto de las iras del Gobierno. El embajador en Croacia fue cesado por haber escrito un artículo en apoyo del Rey y el de Corea del Sur resultó fulminado tras reunirse con la presidenta de la Comunidad de Madrid. La propia Asociación de Diplomáticos Españoles, que engloba a más de un millar de profesionales, ha exigido al ministro que aplique criterios transparentes en los nombramientos en lugar de razones arbitrarias sujetas a intereses ininteligibles y antojadizos. Si bien los nombramientos de embajadores son discrecionales, la acción exterior de un país no puede quedar supeditada a amiguismos o fobias ni a la intención de convertir la diplomacia en una extensión del sanchismo, que busca colonizar las embajadas, al igual que otras instituciones, en favor de sus intereses y en detrimento del prestigio de España.
Es un signo inequívoco de degradación democrática que los gobiernos manoseen la política exterior para convertirla en una prolongación más de su agenda doméstica. Da muestra de esto último la inexplicable asimetría con la que Moncloa hace aspavientos ante las faltas de cortesía del presidente argentino hacia su esposa y, en cambio, mantiene las formas ante una dictadura como la de Maduro para salvaguardar los supuestos intereses de un país que más bien parecen ser solamente los suyos.
Los diplomáticos españoles saben que el prestigio internacional de una potencia es un precioso activo muy arduo de conseguir y muy fácil de perder. No ayudan en esta misión los caprichos y el ademán autoritario de Albares, que incide en el descrédito nacional y que terminará pagando la imagen de España.
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