Lo que diga don Álvaro
La evolución natural de cualquier persona es pasar por el aro, anquilosarse, hacerse de piedra y adquirir la suficiente soberbia como para tomarse por uno mismo, que es el mayor ejercicio de vanidad
A la Fiscalía ya no le importa nada
Moncloa cree que saldrá de esta
El fiscal general del Estado, que se apareció en nuestras vidas con gafas como de posar desnudo en la cama con Yoko Ono, ahora entra en el Supremo como si fuera un ganadero de Jerez de la Frontera. Viste corbata del Gobierno, y la ... gente le dice don Álvaro. A mí iempre me resultó visualmente un tipo muy amable y sencillo, con ese 'charme' suyo como de dar conversación a los teleoperadores o de sacar la guitarra en las sobremesas y desplegar personales versiones de 'Imagine' o de Vainica Doble. Casi daban ganas de llamarlo 'Alvarete' ahora que en Madrid la gente bien le pone a sus hijos el diminutivo '-ete' y se prodigan 'javieretes', 'juanetes' y otras monstruosas nomenclaturas infantiles a las que yo no hubiera accedido salvo en el caso de que el niño se hubiera llamado Antonio, que ahí le hubiera puesto Antoñete, por Chenel.
Alvarete se me aparecía en su infantil inocencia, un candoroso pillo, truhán y angelical. Casi lo estaba viendo en pantalón cortito, «bolsita de los recuerdos», que cantaba Jorge Cafrune –«con cinco medias hicimos la pelota y aquella tarde perdimos por un gol. Una perrita que andaba abandonada pasó a ser la mascota del cuadro ganador». Llegó a fiscal general del Estado porque la vida le llevó ahí, pero podría haber montado con un socio un chiringuito en El Palmar de Vejer, y aún conservaba ese deje saleroso y bertiniano que guardaba simpáticas dobleces. Todo eso se deshizo un poco esta semana al verlo ante el Supremo desafiando al juez desde esa posición que adquieren los hombres cuando, llegado un momento de la vida, le dicen a alguien: «Usted no sabe con quién está hablando». Esa es, al fin y al cabo, la evolución natural de cualquier persona: pasar por el aro, anquilosarse, hacerse de piedra y adquirir la suficiente soberbia como para tomarse por uno mismo, que es el mayor ejercicio de vanidad.
El sanchismo transita ahora en un eco sombrío de sospechas de chanchullos y abuso de posición
Se puede ser fiscal o imputado, más las dos cosas al mismo tiempo nos parece complejo hasta a los contradictorios profesionales. A mí el tema procesal me interesa lo justo; sea o no sea procesado, sé que lo que hizo está mal. Y eso no cambiará aunque no lo juzguen o acaso lo declaren culpable y se lo arregle en el Constitucional Cándido Conde Pumpido, que no tiene un apellido, sino un concurso de fuegos artificiales de la Semana Grande de San Sebastián.
El sanchismo, que se alumbró en un Peugeot entre Calahorra y el mitin de Dos Hermanas, transita ahora en un eco sombrío de sospechas de chanchullos y abuso de posición. De su niebla emergen nuevos chulos a caballo con un mando que antes era patrimonio de una derecha que ahora escucha Viva Suecia, sale de misa como del concierto de Paco Ibáñez y lleva zapas. El pedrismo se fue apulgarando. Indultaron a Junqueras, amnistiaron a Puigdemont, a los de los ERE y lo que haga falta, pues aquí hemos venido a sacar del talego a los amigos y a lo que digan don Álvaro y el jefe, faltaría más. Acatar es una forma de morir y requiere semejantes dosis de pragmatismo que el entusiasmo idealista se va secando y, llega un momento en el que uno se arranca a bailar y le salen 'Los Pajaritos' de Teresa Ribera en aquel acto electoral. Queda, solamente, el poder, acosado por la sospecha.
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