Análisis
'Salvator mundi': el significado de las palabras del presidente
Sánchez cumplió su oficio, que pasa siempre por vivir de la sorpresa, y consagra su retórica populista aunque no tenga pueblo que lo aclame
Pedro Sánchez no dimite: reacciones al anuncio de su decisión y última hora, en directo hoy
El presidente habló y cumplió con su oficio, que pasa siempre por vivir de la sorpresa. Sánchez anunció que seguirá al frente del Gobierno en una rueda de prensa sin preguntas pero, sobre todo, sin respuestas. «Soy consciente de que he mostrado un sentimiento ... que en política no suele ser admisible». La intervención del secretario general del PSOE comenzaba intentando proyectar una sensibilidad excepcional, una emoción humanizante que, según su propia previsión, resulta inadmisible en política. Algo así como cuando a alguien le preguntan cuál es tu peor defecto y responde: «soy demasiado perfeccionista».
La retórica populista está sobradamente analizada y Sánchez, que antes de las elecciones del 23J llegó a profetizar que le iban a detener como a Trump, insistió en subrayar que intentan quebrarle no por quién es, sino por lo que representa. Él no es él, él es la democracia. Ya puestos, podría haber doblado la apuesta y haberse identificado con la tríada platónica: Sánchez como el bien, la verdad y la belleza. Uno pensaría que la macabra metonimia en la que un político se identifica a sí mismo con el Estado o con un régimen resultaría indigerible incluso para los suyos. Pero Marisa Paredes nos enseñó que no, que algunos son capaces de asimilar eso y de mucho más.
El orador avieso suele mezclar verdades y mentiras, y el presidente también dijo algunas cosas ciertas. Como, por ejemplo, que «esto no es una cuestión ideológica». En efecto, no hay ningún movimiento reciente que pueda reconocerse en la tradición del socialismo democrático. Quienes se escandalizaban porque algunos apuntaron que todo lo que hemos vivido era una pura dramaturgia, habrán salido de dudas. Más que teatro era un juego de marionetas, y el hombre que destruyó un partido por su afán personalista es capaz de jugar, incluso, con el crédito de su círculo más íntimo.
El momento más delator de toda la intervención fue cuando con voz queda el presidente señaló que «si permitimos que se vuelva a relegar el papel de la mujer al ámbito doméstico (…) habremos hecho un daño irreparable a nuestra democracia». La del falso dilema siempre fue su falacia favorita. Sánchez intenta identificar la crítica legítima con la inverosímil trayectoria profesional de su mujer con una suerte de machismo. El comodín era previsible, por manido, pero a pesar de ello, el presidente razonó como los profesores de latín y decidió que hay que volver a los clásicos.
La desconexión del discurso presidencial con la realidad volvió a hacerse patente cuando Sánchez quiso agradecer «la empatía que hemos recibido, de todos los ámbitos sociales». En el orden de los hechos resulta incuestionable que Pedro Sánchez no ha recibido el masivo apoyo popular que esperaba, y si bien es cierto que existen muchas similitudes con el proceder de Cristina Fernández de Kirchner, el líder socialista olvida que a la populista argentina por lo menos la avalaba el pueblo. En el caso de Sánchez, salvando a los militantes reclutados con autocares y a los protagonistas de la cultura progresista de los 90, la calle le ha dado la espalda.
Es probable que a pesar de la comparecencia, sólo haya ganado tiempo. Sánchez ha señalado que «solo hay una manera de revertir esta situación: que la mayoría social, como ha hecho estos cinco días, se movilice en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común». No descarten que acabe convocando elecciones y que este movimiento sólo sea un salto hacia adelante. Si anuncia que se trata de un punto y aparte, y así lo garantiza, revisando la fiabilidad de su palabra es posible que no se trate más que de otros puntos suspensivos. Sánchez ha construido su personalidad política desde el muro y el enfrentamiento, unos instrumentos que ejerce desprejuiciadamente, pero que ahora prefiere imputar en exclusiva a sus rivales.
El discurso terminó amplificando las dimensiones de su intento y, como tantas veces, aspiró a proyectarse más allá de las fronteras. La prensa internacional ha acogido con desconcierto los últimos pasos de Sánchez, pero el presidente no ceja en su intento de imaginarse como un líder global o, si lo prefieren en clave mesiánica, como un 'Salvator mundi'. Sánchez no es sólo un hombre, es un héroe -ya no mártir- dispuesto a combatir un movimiento reaccionario mundial. Si su palabra conservara algún crédito, entre sus últimas frases hay una exhortación que podría dar miedo: «Mostremos al mundo cómo se defiende a la democracia». Si tuviéramos que creerle es probable que ese anuncio preludiara una injerencia contra la independencia de los jueces y los medios. Pero conociendo la flexibilidad de sus promesas no podemos descartar que, a pesar de todo este espectáculo intempestivo, sólo estemos siendo testigos de la debilidad y la desconexión de un populista que ya no encuentra un pueblo que lo celebre.
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