tigres de papel
España, Israel y el discurso vacío
Las democracias gozan de un liderazgo moral especial, precisamente, por atenerse a reglas también en los conflictos bélicos
El cuidado del espíritu
Otra pareja que se rompe
Israel no es un país cualquiera. Es un Estado creado en virtud del riesgo existencial que el pueblo judío ha sufrido durante siglos y en el que nuestro país, por cierto, tuvo un papel protagonista. El asedio a su territorio y la imposibilidad de ... concederle el derecho a tener una frontera pacífica se cuestionó desde su misma fundación, promovida por la ONU y rechazada por la Liga Árabe. Al día siguiente de que el Estado de Israel fuera declarado, cinco países árabes trataron de invadirlo. La paz definitiva y duradera, desde entonces, ha sido sólo una utopía.
La singularidad de Israel no se debe sólo a su traumática fundación. Sus raíces culturales y su régimen político contrastan de forma explícita con sus vecinos. Occidente debe no poco a la tradición hebrea y no existe un solo Estado en Oriente Medio que goce de los estándares democráticos de Israel. Un ejemplo reciente: cuando Netanyahu promovió una reforma que desactivaba el control de la Corte Suprema y los tribunales sobre el poder legislativo, tuvo lugar una masiva movilización ciudadana defendiendo la necesidad de mantener un contrapoder que limite la capacidad decisoria del Parlamento israelí. Por comparar: en España, les recuerdo, sigue habiendo diputados que señalan que las decisiones del Congreso encarnan la voluntad popular (sic) sin conceder que todo poder, también el legislativo, requiere estar sometido a un límite.
Con frecuencia sucumbimos ante falsos dilemas, porque estas dos premisas fundamentales no son un obstáculo para reconocer que Netanyahu es un político de tintes desmesurados ni para mirar con estupor la forma en la que la franja de Gaza está siendo sometida a un ataque que, a todas luces, contraviene el Derecho Internacional Humanitario. Israel tiene derecho a defenderse, pero no de cualquier manera. Las democracias gozan de un liderazgo moral especial, precisamente, por atenerse a reglas también en los conflictos bélicos.
Esto no obsta para señalar que el ataque de Irán sobre el territorio israelí sea un salto cualitativo en la escalada de violencia en Oriente Medio que sólo puede censurarse con total rotundidad. Así lo han hecho los máximos mandatarios de las democracias occidentales salvo Pedro Sánchez, que prefirió referirse primero al ataque como un «acontecimiento». Un presidente que ha sido felicitado por Hamás o que cuenta con dos ministros que el 19 de octubre votaron en el Parlamento Europeo en contra de condenar los brutales ataques terroristas está incurriendo en una imperdonable temeridad. Europa y el mundo necesitan más de España, pero prepárense para que asistamos, exclusivamente, a un discurso obvio, parcial o inane. Paz, dos Estados, fin de la violencia. Hasta ahí llegamos todos y hasta un niño sería capaz de pronunciarlo. Pero lo que se espera de un estadista es que encuentre el cómo y que sea leal con sus aliados.
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