tigres de papel
En defensa de las jerarquías
Que concedamos valor a cualquier opinión es un absurdo letal
Félix Bolaños, el hermeneuta
Los intelectuales del bostezo
Cada época consume sus propios absurdos y la modernidad tardía quiso convencernos de que el fin de las jerarquías era bueno. La desmedida pulsión por la igualdad que bien caricaturizara Tocqueville trajo consigo tantas conquistas legítimas como ridículos desmanes. Si renunciamos a la idea de ... verdad, tendremos que equiparar el conocimiento a la opinión y en esa resbaladiza pendiente es sencillo llegar a la conclusión, cierta solo en parte, de que todos los pareceres son equiparables. De ahí a considerar que todas las opiniones valen lo mismo hay un paso y la cosa acaba como acaba.
El otro día escuché a un actor pronunciarse con vehemencia sobre una cuestión jurídicamente compleja. El tipo posaba delante de un 'photocall' rodeado de flashes y marcas comerciales, en un contexto en el que la industria de la frivolidad exhibe su nervio más voraz. Habló con la rotundidad que asiste a los impostores, blandiendo en una mano el síndrome de Dunning-Kruger y en la otra la valentía fingida de quien habla al abrigo de la corrección política y de las causas populares. Riesgo cero y máximo beneficio: la inversión soñada. Su heroico dictamen consistía en criticar la fianza impuesta a Dani Alves, obviando, por supuesto, que las cuantías que imponen los tribunales siempre se ajustan, entre otras variables, al poder adquisitivo del procesado.
La vida me ha puesto cerca de algunas personas sabias en derecho y siempre comparten dos rasgos. De una parte, todas atesoran una dilatada experiencia de estudio y práctica. Para poder saber de algo, ya sea de derecho procesal, griego antiguo o química orgánica, lo primero que hacen falta son horas de flexo. Muchas horas de flexo, lectura y silencio. La otra virtud que suelen exhibir las personas sabias y juiciosas es la mesura. No conozco a ningún verdadero conocedor que no hable matizadamente, consciente siempre de la complejidad global que asiste a cada circunstancia que examina. Más aún, en el caso de disputas jurídicas.
Cada vez despreciamos con más alegría el juicio experto y lo hacemos convencidos de estar liberándonos del yugo de una opresión ilegítima. Que un ignorante pueda opinar es democráticamente saludable, pero que a cualquier opinión le concedamos algún valor es un absurdo letal que acabará volviéndose en nuestra contra. La opinión de un actor, de un futbolista o de un arquitecto sólo tiene especial valor cuando se circunscribe a su ámbito de competencia. El juicio clínico de un hematólogo sobre un linfoma nunca podrá equipararse al de un profesor de filosofía, y es justo que así sea. Las jerarquías epistémicas son también una garantía para la democracia. Por eso necesitamos políticos prudentes, académicos sabios y periodistas veraces. Gente, a fin de cuentas, capaz de guardar silencio alguna vez.
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