SIEMPRE AMANECE
El último que apague la luz
Cuando Rajoy, si había que gastar menos electricidad era por la pobreza energética y ahora hay que felicitarse porque viviendo a oscuras estás salvando el planeta
Primavera, de pronto
Muy mujer
El Gobierno invita a los ciudadanos a través de un vídeo a apagar la luz para no terminar con la Tierra despilfarrando energía. Como si el planeta no fuera a terminarse antes de otras maneras. Me recuerdan a la gente que recomienda a los ... toreros que dejen de fumar. En la pieza, los ministros aparecen yéndose de sus despachos y apagando el interruptor como si, al dejar su oficina, allí no quedara nadie. En los despachos de los ministros, por la noche, reman galeotes al ritmo de un tambor que toca un enorme eunuco de la ejecutiva del PSC con más aros en las orejas que una cortina de ducha y alumbran, colgadas de las paredes, antorchas impregnadas en grasa fundida de la piel arrancada a tiras de la espalda de un contribuyente español. Que hay que desconectar el interruptor cuando uno sale de la habitación ya lo recuerda el precio de la electricidad que ha subido un 38% desde enero de 2023. El truco consiste en que, cuando gobernaba Rajoy, si tenías que gastar menos electricidad era por la pobreza energética que imponía el despiadado capitalismo, y ahora hay que felicitarse porque viviendo a oscuras estás salvando el planeta.
La luz es un indicio de vida. En las casas se dejan una lámpara conectada para que la gente piense que están habitadas. El hombre embridó las fuerzas del cosmos en la incandescencia que dio lugar a la bombilla que es un fuego domesticado. Algunos toreros se dejan la luz del hotel encendida como si así se aseguraran volver. Una luz encendida es una prueba de vida, pero en la izquierda quieren las ciudades oscuras y apagadas como en 'Los pilares de la Tierra'. La paleorrealidad le gusta mucho porque reniega del progreso y remite a una arcadia deseada por ellos en la que el hombre aún no se había corrompido por el deseo consumista y que en realidad era un infierno. En lo íntimo sueñan con un mundo en el que uno se acuesta cuando se pone el sol, conoce Nueva York por las postales, va de viaje de novios a Talavera de la Reina, vive de lo que da su huerta, de diez hijos le sobreviven cuatro y tiene una esperanza de vida de 42 años. O bien otro mundo distópico en el que en lugar de hijos tenemos IA y, para vivir en esa Tierra, yo prefiero meterle fuego al planeta. Así no tendrá que aparecer María Jesús Montero dándole a un interruptor mientras yo me la imagino tocando las palmas corraleras y sanchistas en el cielo de la Feria, cuajado de bombillas.
Cuando la reconversión, en el puente Carranza de la Tacita de Plata alguien tuneó el cartel que indicaba que uno abandonaba aquella ciudad vaciada de emigrantes y llena de pobreza y de paro y, junto al nombre tachado de Cádiz, escribió: «El último que apague la luz».
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