DESPUÉS, 'NAIDE'
Preludio del meñique de Montero, sanchista y palmero
Ya casi lo estoy sintiendo tensarse de nuevo para festejar la voladura del Estado de derecho, la legitimación de la violencia política y el juicio a los jueces
La máquina de Moncloa que pone nombre a las cosas: ¿cómo bautizará la amnistía? (3/11/23)
Ya se ha firmado el acuerdo de la amnistía con Puigdemont y ahora se viene la ministra de Hacienda descoyuntándose el meñique en la ovación a Sánchez. Es un gesto característico suyo que representa anatómicamente al sanchismo. Ilustra un ademán entre servil y pretencioso, ... en ocasiones desvergonzado, otras veces engolado y cursi como cuando sacamos el meñique al beber de la copa a la que no estamos acostumbrados. Lo acompaña una mueca de partido artificial y vulgar como de reír los chistes del jefe con carcajada altisonante y palmetazos en el muslo. Que se escuche que ríes, que aplaudes, que estás.
El meñique monteriano se aparece siempre que el partido rinde pleitesía al líder en el numerito afectado en que han convertido al socialismo. El espectador contempla la escena y ya no puede contemplar otra cosa que no sea ese mástil sanchista, apéndice del pedrismo, de un servilismo que ha avergonzado a la humanidad desde la luz de los tiempos. Ahí, en ese dedo está el partido entero pasando por el aro y tragando lo que haya que tragar por mantenerse en el poder.
Como si descubriera que el otro tiene un dedo de más, desde el momento en que se descubre el dedo de Montero, uno se siente incapaz de mirar otra cosa. Ya casi lo estoy sintiendo tensarse de nuevo para festejar la voladura del Estado de derecho, la legitimación de la violencia política, el juicio a los jueces, la puesta de un país en el quicio de las dictaduras que es una línea que queda más o menos en la puerta de la recepción del Sofitel de Bruselas. Y todo esto por siete votos. No importa, pues el PSOE celebra como una fiesta las mayores catástrofes que provoca y en los peores momentos se tensa el meñique de Montero como cuerda de arpa pedrista. Yo quedo atrapado en su trayectoria cóncava, en su excentricidad erecta saliéndose de la palma, escapando de los demás dedos y quedando ahí, tetanizado como un recluta ante la bandera que ha jurado defender.
Cada poco, el meñique de Montero se yergue y trae con él una celebración impostada, el trocotró de esta fiesta amarga, un algo que sirve para rematar la bulería del relato de España como país represor en Cataluña y otras cosas, lo que sea que haya que aplaudir ese día, lo que haya que jalear en este jaleo.
Ya casi estoy sintiendo el calambre de ese dedo enhiesto para lo que se mande, casi un brazo levantado al cielo ante la gloria del líder, un dedo obediente siempre presto a justificar las mayores vergüenzas, un dedo de esclavo, digo, como el dedo del Dios que pintó Miguel Ángel dando vida al primer hombre en el techo de la Capilla Sixtina, pero al revés.
Por un momento se me hace simpático, será por el eco flamenco de mi Andalucía, pero rápidamente me entristece, pues el dedo de Montero no trae el compás del cuarto de los cabales y de los flamencos divinos e imperiales, sino de aquellas fiestas de agradar a los señoritos en las ventas del hambre, coplillas cansadas de madrugada, aguardiente para animarse, propina de don fulano, sonrisa de cartel, y todo alrededor era esta misma miseria, esta misma mentira, la oscuridad y el abismo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete