siempre amanece
El pobre bonzo
El conspiranoico, que es un loco con encanto, está muy de moda. Proliferan los que siempre hallan una versión más descabellada de los hechos
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Acontecimientos que acontecen
Max Azarello se llamaba el hombre que el viernes se quemó vivo frente al juicio de Trump en Manhattan. Al bonzo se le concede una honra que porta como de salida. Si uno se mete fuego a sí mismo va con cierta ventaja a ... ojos de los demás. El bonzo siempre tiene razón. Hablamos de un ser considerado noble. El honor y el nombre del bonzo provienen de los monjes budistas que se suicidaban por la independencia de Vietnam. El primero de todos fue Thich Chuang Duc, que se consumió entre las llamas sin signos de dolor según los testigos. La foto le valió el Pulitzer a Malcom Browne, aunque el mérito era del monje, como es obvio. Cuenta la leyenda que los seguidores del suicida terminaron de incinerar sus restos y quedó intacto el corazón que en adelante se consideró un símbolo de pureza del alma del que da la vida por sus ideales. Yo casi prefiero a los que por sus ideales se quedan en casa, pues son menos peligrosos para los demás y para ellos. Aquel monje se convirtió en una leyenda. Dio nombre a todos los hombres antorcha que vinieron y el año pasado se conmemoraron los 60 años transcurridos desde su muerte con una ceremonia en la que se habló de «la llama mágica». Ojalá no se hubiera quemado nunca, pienso, y me pregunto si nadie tenía a mano un cubo de agua. Nadie intentó apagarlo porque la celebración y simpatía por el bonzo incluye la miseria del que se sirve para sus fines de la muerte de otro.
Este pobre Max Azarello dejó escrito un mensaje que pretendía que conociera la Humanidad gracias a su inmolación. Me leí el texto por pura consideración y venía a contar que Trump y Biden estaban juntos en una conspiración económica por la que el sistema económico constituía una criptoestafa piramidal alimentada por las elites empresariales y tecnológicas, y blanqueada por los guionistas de los Simpson y Stanley Kubrick, entre otros.
El conspiranoico, que es un loco con encanto, está muy de moda. A nuestro alrededor proliferan los que siempre encuentran una versión más descabellada de los hechos y una red de hilos que solo ellos son capaces de descifrar. A mí me producen mucha ternura, pues les adscribo vidas patológicamente ordenadas o patológicamente desordenadas, una de dos, y se me aparecen siempre sentados en váteres de cuartos de baños con paredes revestidas de papel de plata para que no les escuchen los pensamientos y las tripas los de la CIA con sus malditos rayos láser. En realidad, hablamos de una figura muy humana y hasta cierto punto abrazable en cuanto el mecanismo de su conspiranoia lo alimenta el interés por ser y sentirse especial, valiente, epatante y, en el fondo, respira la necesidad de ser más listo que los demás. Creer que sólo uno es capaz de entender algo que el resto de la sociedad lanar desconoce por su cortedad de vista o por su ingenuidad conduce a una postura tan soberbia que solo puede sostenerse por los majaderos.
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