Después, 'naide'
Pamplona, la metamorfosis
Santificar a los terroristas necesitaba de acusar de terrorismo a todos los demás: por hablar, por escribir, por disentir, por ser y votar
El PSOE culmina la entrega de Pamplona a Bildu
![Joseba Asirón, en el centro de Pamplona](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2023/12/29/pamplona-U503356322247dl-RYxp9SdVMUi0cMlGxvAm74K-350x624@abc.jpg)
La mañana en la que el PSN le quitó la alcaldía de Pamplona a UPN para entregársela a Bildu, la madre de mi amigo se despertó después de un sueño intranquilo y se encontró tumbada en la cama convertida en un monstruo fascista.
Corrió a mirarse al espejo del recibidor de la casa y en la imagen que le devolvía el reflejo no encontró signos externos de la metamorfosis de la que se le acusaba. Pese al paso del tiempo y las ausencias –hace años que era viuda y los hijos se habían ido a vivir fuera para que los nieticos crecieran lejos de los matones–, no encontraba rastro del cambio. Ante la pared inmisericorde de los años, seguía siendo la misma. Votaba lo mismo. Pensaba lo mismo. Pero poco a poco fue identificando las señales de su conversión, a ojos de parte de la sociedad, en un elemento del fascismo según un proceso kafkiano del barrio de Iturrama.
Hacía un tiempo, no mucho, que a su cuestionamiento del gobierno lo llamaban deslegitimación; a no estar de acuerdo, golpismo; a manifestarse pacíficamente, amenaza y violencia. Así, poco a poco, casi sin que se diera cuenta, el sanchismo que ese día entregaba la ciudad a los herederos de ETA –a ver cómo podía llamarlos, si no–, la estaban acusando de violenta a ella y a los suyos. Los que apuntaban las pistolas –desde el 'talde', desde la prensa, desde las tribunas, los ayuntamientos–, hoy eran vistos como héroes de la paz. ¿De qué paz?, se preguntaba y entonces pensó si la paz era solamente la ausencia de muerte o la reparación, el relato honesto de la verdad mancillada, el respeto a los muertos y la identificación clara de sus asesinos y los que lo permitieron.
El sanchismo que ese día entregaba la ciudad a los herederos de ETA, la estaban acusando de violenta a ella y a los suyos
La memoria, pensó, ya no existía y se sintió derrumbándose en un vacío histórico que la hizo sentir mal físicamente. Santificar a los terroristas necesitaba de acusar de terrorismo a todos los demás: por hablar, por escribir, por disentir, por ser y votar. En esta inversión de la culpa, el verdugo es un santo y la víctima, la culpable. Recordó todas aquellas gentes muertas y el proceso de deshumanización que sufrían sus familias cuando les negaban el saludo, cuando se tenían que ir ellos mientras sus asesinos se quedaban siendo reyes del pueblo o les hacían homenajes al volver de la cárcel con flores, bengalas y acordeones. Y aquella culpa sobre culpa, que era una muerte sobre el yunque de la muerte, las miradas de través, el vacío, las acusaciones veladas y el silencio, el «algo habrán hecho».
En aquellos valles ya no vivía casi nadie que pensara como ella. Los habían echado o se habían ido a otra parte a tratar de olvidar, hartos del odio y de un esquema político que, en el fondo, les daba la razón a los otros. Porque los malos, hoy eran ellos. Se preguntó de qué habían servido todas esas vidas segadas, las familias rotas y exiliadas, y todo aquel miedo y aquel dolor.
Se sintió angustiada, engañada, triste y, sobre todo, profundamente derrotada. Se había dado cuenta de que, ante el espejo del esquema actual de las cosas, ETA era ella. Y no había sucedido por su metamorfosis, pues ella era la misma, pero había cambiado todo lo demás.
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