Después, 'NaiDe'
La máquina de Moncloa que pone nombre a las cosas: ¿cómo bautizará la amnistía?
Es un aparato grande y ruidoso y lo han encendido para denominar la acción de dejar impune a Puigdemont
Anda rulando por ahí el vídeo de un chaval de unos tres años en un coche diciendo que se llama Paco. La madre se ríe, le corrige y asegura que se llama Ian. El niño dice que no, que Paco. La madre insiste -«Ian. ... Te llamas Ian»- y le niega el derecho a elegir un nombre. Paco es un nombre de pila algo denostado por la tan española secular y ridícula vergüenza del abuelo, eso sí, pero un buen nombre, sencillo, directo, sin equívocos, dobles letras, haches mudas y movidas, no: Paco, Pa-co, hipocróstico de Francisco por San Francisco, 'Pater Comunitatis'.
Mientras haya gente que quiera llamarse Paco, habrá esperanza en España. Así se llamaba mi abuelo, mi padre, yo mismo si me apuras y mi hijo. Al nacer un uno de mayo, me vi en el lance de ponerle Curro por Curro Romero, claro, y no hubo manera, así que se quedó en Francisco Javier, Javier para los amigos, y Paco si se le cruza el cable como al pobre Ian.
Resulta tan injusto que, teniendo todos derecho a elegir tantas cosas, Ian se haya autodeterminado Paco y la madre vaya negándole un nombre como Dios manda que no le haga parecer un delantero del Bournemouth. Estoy con Ian y hago mía su causa y su cabreo, porque está la importancia de llamarse Ernesto y también la importancia de llamarse Paco, y porque han puesto a los niños nombres tan a desmano que no iban a tardar en aparecer chavales queriendo ser Paco o Antonio. Ojalá les hagan una ley Irene Montero y sus vestales del Ministerio de Igualdad.
Para disimular, a la amnistía habría que bautizarla con un nombre pretendidamente cursi como piel de melocotón, cariñote, alcaucil, primer baño del verano...
Supe de un niño de Montería, en Colombia, que se llamaba Juan Cresconio El Mozo, nombre compuesto, y que creció siendo mudo. Nadie sabía de la razón de su silencio hasta que su hermana le preguntó: «¿No dices nada porque no te gusta tu nombre?», y él, recuperando el habla como milagrosamente, le respondió: «¿Y a ti te gusta el tuyo?» Me lo contó ella, que se llamaba Vestelba.
En Moncloa tienen una máquina grande y ruidosa que pone nombres a las cosas y la han encendido para denominar la acción de dejar impune a Puigdemont y a los procesistas a cambio de conservar el poder. Para disimular, a la amnistía habría que bautizarla con un nombre pretendidamente cursi como piel de melocotón, cariñote, alcaucil, primer baño del verano, mi mano en tu cintura, despertar juntos, lo que fuera que suene bien, pues hay gente esperando la letra pequeña de la amnistía como si la fuera a escribir Bob Dylan.
A la acción de arrastrar a España, de colonizar las instituciones, de sustituir lo virtuoso por lo legal, de mimetizarse en formas y fondo con los enemigos de un país y hacer todo eso por un puñado de votos, por durar un poco más en el poder, por sobrevivir, a eso digo que no sé cómo vamos a llamarlo, pero están cambiando las palabras, señal de que está cambiando España. La otra noche, José Luis Ábalos me dijo, en la tertulia de la tele, que mucho mejor estamos ahora que con «las políticas de represión» en Cataluña. Le respondí que no es ya que el sanchismo haya asumido como propio el relato del independentismo, es que uno los escucha y se han comido a Oriol Junqueras.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete