SIEMPRE AMANECE
En algún lugar de Marte
Dicen que los paisajes de Echauri se parecen al planeta rojo, pero yo creo que es Marte lo que se parece a los paisajes de Echauri
'Follacracia'
Apología del busca
En Pamplona ha muerto el legendario pintor Miguel Echauri (Pamplona, 1927-2024) y andaba debiéndole estas líneas, que ojalá fueran pinceles. Lo recuerdo ahora, alborotándose en sanfermines con una risa disfrutona y festiva, como de dulzainas, y una rectitud de gentleman que había adquirido ... durante sus años en la academia militar de West Point.
Hace muchos años, en una madrugada sanferminera de esas en las que al día siguiente encuentras las gafas en el fondo del inodoro, Miguel tuvo que sentarse en una silla de plástico que encontró en la plaza del Castillo. Quedó allí varado mientras toda Pamplona saludaba a su hermano, que cumplía años: «Felicidades, Ferminico», le decían, y Miguel asentía, mudo, mirando el escaparate de la tienda que tenía enfrente, no pudiendo más. «Miguel está cansado», lo excusaba su hermano. Al día siguiente, en su casa, celebrábamos la vida entre champanes, jotas, risas y la deslumbrante luz de la procesión de San Fermín porque en esta vida todo tiene arreglo.
Fermín hablaba de la abstracción conceptual de los paisajes de Miguel, pedregales y roquedos, más secos que la boca esperando el encierro de Cebada Gago en la Cuesta de Santo Domingo. De vez en cuando, entre las piedras, aparece una mujer oscura y trascendente. Dicen que los paisajes de Echauri se parecen a algún lugar de Marte, pero yo creo que es Marte lo que se parece a los paisajes de Echauri.
Miguel, tan recto y tan guapo, contrastaba con su hermano, el galerista, un personaje delicioso, ingenioso, cultísimo, pero más calvo, redondo, estrábico y de habla sinuosa. Sucedió que Fermín había nacido muerto y la tata lo había dejado sobre la cocina de carbón. Para bautizarlo y que no muriera 'morico', lo metió bajo el grifo y, al sentir el agua, Fermín despertó con una sorpresa, un alboroto y una vida contra pronóstico que lo acompañó hasta sus últimos días. Contaba que, mientras Miguel se dedicaba a viajar a Cuba, a vivir en Uruguay y a conocer a Fidel Castro y al Che, a estudiar entre botonaduras doradas y sables relucientes, él se había dedicado a fumar y hacer tertulia con las tías en la cocina.
En 1964, Miguel volvió a Pamplona pintando. Un mediodía en que una amiga en común nos había reunido en Arzak, descubrió un cuadro en el que había retratado el sombrero que mi padre llevaba durante los sanfermines: un tocado de paja con un pin de Curro Romero, el bigote de aquella langosta, la pajarita de papel de un cóctel que le gustó y dos o tres cerezas frescas que colgaban del costado. Al fondo del bodegón, un cartel de la Feria del Toro y, al fondo del cartel, un chiquero que abrigaba «la sombra que ya sabemos todos lo que es». En casa de mi madre está colgado el cuadro en un duelo reiterativo que, sin embargo, sigue sonriendo en el recuerdo gracias a la luz con que lo pintó el gran Miguel Echauri, que siempre recordaremos.
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