SIEMPRE AMANECE
En favor de los niños chulapos
A mí se me hicieron los niños de Madrid porque nacieron aquí. Lo difícil sería que me salieran de la CUP
Oración en Notre Dame
Esos que te aplauden, Pedro, te apuñalarán
Por Madrid han colgado unos carteles animando al personal a traer al mundo un niño chulapo y la ciudad parece una revista de premamá con parpusas. Son unos niños simpatiquísimos con gorras, chalecos y claveles prendidos en los bodys y solo les falta el pañuelo ... verde para pedir desde el siete de Las Ventas que echen al corral al quinto de la tarde por inválido. Los niños chulapos de Madrid vienen con aire de aficionado torista como protestando la colocación de la espada y se les intuye un gugu y un tatá que en realidad suena a grito desabrido pidiendo que «hay que picar». Efectivamente, los niños chulapos forman parte de una campaña de Almeida para fomentar la natalidad con medidas de conciliación, vivienda y cheques bebé destinada a que nazcan niños en la capital, con perdón, de España. Hay gente a la que han molestado los niños chulapos y se tacha la campaña de franquista porque en este país para que a la izquierda le parezca bien que uno tenga hijos tiene que ser de Chefchaouen. O tener otro tipo de niños: niños queer, no normativos, multiculturales, niños 'gretos' con ecoansiedad, niños híbridos enchufables con pegatina para la almendra central, niños en pesebre de kufiya y madrasa de la UNRWA, niños veganos desde chicos con macetohuerto, oración a la Pachamama y núcleo irradiador, niños de la izquierda de la izquierda como el Niño Errejón. Esos serían niños homologables y no estos que vienen con un abono del ocho bajo el brazo en lugar de un pan.
Yo entiendo la alusión isidril del neonato, pues la fiesta y el procrear quedan secretamente unidas por la fe en un futuro de la que depende cualquier noción de felicidad que se precie de serlo. Hay una Españita que considera la fiesta popular de aquí bajuna y retrógrada, oscura y supersticiosa y eso que llaman 'de pandereta' mientras corre a abrazar cualquier costumbre a condición de que sea de otra parte.
En el hacerse de Madrid, esto es tener un niño pretendidamente madrileño y señalarlo con un clavel, anida una sospecha de traición a los orígenes que sean y uno puede ser donostiarra viviendo aquí con la coartada de que no hay madrileños, de que Madrid vive suspendida en una no-identidad, lo que supone un constructo como cualquier otro. A mí se me hicieron los niños de Madrid por generación espontánea, será porque nacieron aquí. Lo difícil sería que me salieran de la CUP. Un día en que el pequeño se había dislocado un codo tirándose al suelo por una rabieta torera, lo llevamos al médico y la traumatóloga le preguntó: «Oye, niño, ¿tú quieres ser futbolista?», y el niño respondió: «No. Quiero ser chulapo. Madrid, Madrid, Madrid». Unos días antes, el colegio, que era francés, había organizado una fiesta de San Isidro que entre el acento de los profesores y los chotis parecía un dos de mayo originario. A la salida, apoyado en el quicio de la puerta, el niño vio salir a una amiguita con la que acababa de bailar y le dijo: «Adiós, princesa».
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