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SIEMPRE AMANECE

Cuando Chiva era una fiesta

Volveremos al Canario, a reír y a vivir y a jugarnos la vida en broma. No nos quepa duda

Lo siento, formas parte del problema

Honor al Rey que puso la cara

Chapu Apaolaza

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Volví a Chiva después de la riada y habían bajado la Vírgen del Castillo a la iglesia en la que, cuando llegan las fiestas, cada año meten el torico en al menos en una ocasión, dos si calientan al cura. La marca del agua ... le llegaba al Cristo por los tobillos. En lugar de la dulzaina de Marcial Pierres, en la radio del coche sonaba, nostálgica y azul, 'Pink Moon' de Nick Drake. Llovía sobre mojado, vibraban en el bolsillo las alarmas del fin del mundo, se habían acabado las metáforas sobre maremotos y de las de barro quedaban dos o tres. A mediodía regresé con Javier y los amigos al salón del Canario donde almorzamos en agosto después de correr dos o tres toros, con las piernas de chicle, una sed de siglos, un medio pedo graciosete y el cuerpo de cachondeo que se le pone a uno después de aguantarle unas zancadas a un toro en una calle. En Chiva corren el toro por los barrios del pueblo y lo detienen en algunas de las puertas de las casas que hace quince días arrancó el agua. El toro adquiere un carácter sagrado y fecundo, un empuje mágico y salvaje que bendice las casas en cuyas puertas se ata con una cuerda que, si la tocas, te pega un calambre de milenios.

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