ANTIUTOPÍAS
Petro desencadenado
Petro le arrojó a cada funcionario una estadística de sus faltas y de su incapacidad para cumplir los compromisos adquiridos con el pueblo
La Amazonía en Madrid
Disparate moralizante
El pasado 4 de febrero, de manera intempestiva, Gustavo Petro decidió destruir su gobierno y demostrarle a la opinión pública, en especial al sector crítico, que no estaba equivocada. En efecto, su liderazgo es endeble, su gobierno ha incumplido sus metas, y su gabinete ... está totalmente fragmentado por la presencia de dos funcionarios dudosos, Armando Benedetti y Laura Sarabia, cuyo protagonismo en las más altas esferas del poder sólo se explica por la información sensible que pudieran tener sobre el presidente. Eso fue lo que se vio en la sesión del Consejo de Ministros que Petro decidió emitir en directo, por la televisión colombiana, para aleccionar a sus funcionarios e indigestar al país con seis horas de retórica hueca y delirante.
El resultado inmediato de esa reunión fue la renuncia irrevocable de cinco ministros, entre ellos el de Defensa, Iván Velázquez, justo cuando la región del Catatumbo está siendo asediada por dos grupos narcoguerrilleros. Pero al ver que las deserciones irían en aumento, Petro tuvo que pedirle la renuncia protocolaria a todo su gabinete y a los directores de los departamentos administrativos, un remesón del que sólo sobrevivirán –es fácil predecirlo– sus dos fichas inamovibles: Benedetti y Sarabia.
Siendo esto grave, lo más revelador fue el comportamiento del mandatario. «Yo esto lo aprendí en Cuba», dijo, y en efecto el Consejo de Ministros le salió muy a la cubana. Petro le arrojó a cada funcionario una estadística de sus faltas y de su incapacidad para cumplir los compromisos adquiridos con el pueblo. Y a medida que avanzaba, el espectáculo iba adquiriendo un aire de sanción pública que recordaba a la inculpación forzada que le impuso Fidel Castro al poeta Heberto Padilla, con la diferencia de que aquí era Petro quien le hacía la autocrítica a sus funcionarios. Como si fueran niños, los expuso ante el país con el único propósito de exculparse. Somos un desastre, reconocía, mi gobierno es inoperante y de una mediocridad palmaria, pero a mí no me miren. Yo soy un revolucionario, ellos no. Ellos tienen agendas dobles y el corazón lleno de intereses personales y no de pueblo.
Si la deshonra pública fue un escándalo, peor, más desquiciadas, fueron sus reflexiones históricas. En seis horas Petro tuvo tiempo de divagar sobre Bolívar, Gaza, el M-19, Panamá, la sangre árabe de los andaluces y de los colombianos. Y mientras más hablaba, más distorsionaba la historia y los hechos para construir una ficción donde él se dibujaba como el último revolucionario que luchaba por la humanidad. Estaba dando el fascinante y angustioso espectáculo de un orate desencadenado, envanecido por un ego tan grande que no le deja ver su propia pequeñez. Los diques de la sensatez se habían roto en esas largas horas y ya no había vuelta atrás. Ahora Petro insiste en reincidir en el error y trasmitir todos sus Consejos, una medida que sólo nos garantiza una cosa: que nadie con prestigio profesional y criterio volverá a entrar en su gobierno.
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