ANTIUTOPÍAS
El fin de la superioridad moral
En medio de la refriega ha sido la izquierda la que ha terminado por debilitar el Estado de derecho
Regreso a las misiones jesuíticas
'Bad hombre'
Cuando varios líderes de la derecha alternativa empezaron a llegar a los gobiernos de Estados Unidos, América Latina y algunos países europeos, cundió una justificada alarma. ¿Estaban en peligro los pilares de la civilización occidental, los principios de tolerancia, pluralidad y respeto a los ... derechos humanos que habían orientado la construcción del proyecto europeo y las democracias liberales? Alertados por lo que habían sido capaces de hacer Trump, Bolsonaro, Orbán o los hermanos Kaczynski, muchas personas sensatas creyeron que había que hacer cualquier cosa para frenar esta ola reaccionaria. Puede que las izquierdas se hubieran despeñado por las laderas del populismo, pero al menos no tenían programas moralmente cuestionables, fundados en el recelo al diferente, al feminismo y a los organismos internacionales. Se suponía que en medio del desconcierto, los principios morales seguían siendo una guía, algo confiable, al menos la única apuesta digna de jugar, y que en eso la izquierda se mantenía firme: no iba a entregar sus banderas.
Lo que hemos visto recientemente, sin embargo, es que en el ejercicio del poder nadie se mantiene incólume. Si los comportamientos antidemocráticos de Trump habían resaltado la probidad de Biden, el indulto que le acaba de dar a su hijo supone una traición a su palabra y a ciertos principios que decía defender. Esgrimiendo argumentos kirchneristas, Biden puso en duda la idoneidad de los jueces del país que aún gobierna, le enterró un estilete a su partido y despejó el camino para que Trump indulte a quien le dé la gana. Entregó sus banderas y no es el único caso. Hace unos días, en Colombia, Gustavo Petro, defensor del feminismo, decidió rehabilitar políticamente a Armando Benedetti, un drogadicto confeso, acusado de maltratar a su esposa, a quien se le oyó en unos audios gritar que si no le daban el puesto que quería hundiría al Gobierno. Su nuevo puesto como asesor presidencial sólo se puede explicar de una manera: Benedetti tiene información radioactiva que comprometería los principios morales que dice defender Petro.
Pero el caso más dramático es el de España, donde Pedro Sánchez ha sabido usar el miedo a la ultraderecha para justificar lo injustificable. Como enfrente está el mal, cualquier cosa que se haga para impedir su llegada al poder está legitimada. El resultado no sólo ha sido el trapicheo político con Junts, que supuso una amnistía a cambio de una investidura presidencial, sino la colonización de las instituciones y el uso de la Fiscalía para atacar a un adversario político. Se suponía que debía detenerse a la ultraderecha para que no socavara los principios democráticos, pero en medio de la refriega ha sido la izquierda la que ha terminado por debilitar el Estado de derecho. Esta confrontación visceral entre el bien y el mal sólo ha conseguido legitimar el cinismo y el atajo. Si hay algo que hoy escasea en la política es precisamente eso: la moral y el compromiso democrático.
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