ANTIUTOPÍAS
El esperpento ayer y hoy
Valle-Inclán revelaba las anomalías inveteradas que convertían la vida pública en un carnaval bufo
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Acaba este año con una curiosa sincronía. Mientras los juzgados de Madrid reciben en desfile a buscavidas y pícaros, en los teatros y museos madrileños hemos visto la expresión estética que mejor expresa y revela la cara oscura del alma humana, esa parte chusca y ... acanallada que se deja tentar por los atajos de la corrupción. El teatro Español bajó el telón hace unos días de 'Luces de Bohemia', la obra más famosa Valle-Inclán, y en las salas del Museo Reina Sofía aún se puede ver 'Esperpento. Arte popular y revolución estética', una fantástica exposición que rastrea los elementos culturales y estéticos que nutrieron la mirada del escritor gallego.
El esperpento fue en el caso de Valle-Inclán un choque con su sociedad. De la evasión modernista de sus primeros años, esa actitud rebelde de la bohemia decimonónica que negó el presente oponiéndole mundos idealizados y lejanos, pasó a tener preocupaciones sociopolíticas que lo enlodaron de arriba abajo de realidad nacional. El ejemplo ya lo había dado Rubén Darío, el buen amigo al que alude en 'Luces de Bohemia'. Afectado por el desembarco yanqui en el Caribe, el nicaragüense había incurrido en el delito poético, hasta entonces inimaginable, de politizar sus versos. Así de urgente era el clima político tras la tragedia del 98. Valle-Inclán tardó más, pero hacia 1920 también le llegó el momento de enfrentarse a su época. La miró de frente y lo que vio fue una imagen deformada y grotesca del espíritu clásico: el esperpento.
Bajo las refulgencias de la modernidad del siglo veinte, permanecía la costra de lo atávico, esos vicios que plasmó Goya y que satirizó la picaresca. La crítica y la rebelión del gallego fue desvelarlos, no ocultarlos bajo frisos clásicos o nostalgias pasadistas. La nueva estética que estaba inventando le permitía explorar la dificultad de los pueblos tradicionalistas, los hispanos de las dos orillas del Atlántico, para adaptarse a la civilización europea. El esperpento surgía en ese instante, cuando se intentaba entrar a la modernidad con un atajo de costumbres vetustas. La fricción deformaba la horma del ser humano. Revelaba su inadecuación, sus taras, las anomalías inveteradas que convertían la vida pública en un carnaval bufo.
Ninguna de las críticas que hizo Ortega a la deshumanización del arte aplicaban para Valle-Inclán. Mientras el futurismo purgaba la roña romántica con orgasmos modernólatras, y el dadaísmo denunciaba la guerra invocando la pureza creativa del niño, el esperpento plasmaba el espectáculo tragicómico de un puñado de almas opacas expuestas bajo el brillo de las luces urbanas. Valle-Inclán no quiso captar el movimiento ni reportar la simultaneidad del siglo XX. Fue más teósofo y porrero y prefirió por eso la perspectiva área. Y vistos de desde arriba, hombres y mujeres se revelan frágiles y desorientados, marionetas de la necesidad y del capricho. Nos lo mostró Valle-Inclán ayer, sin imaginar que seguiría siendo el tema de nuestra conversación pública hoy.
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