La tercera
Sin ciencia no hay presente
El negacionismo de la llegada a la Luna debe recordarse hoy, pero es sólo un ejemplo de las muchas ideas falsas, bulos y seudociencias no basadas en datos que llevan décadas circulando, más aún desde la irrupción de las redes sociales
El valor supremo de la información
Apoteosis de la trola
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Hoy es un buen día para hablar sobre ciencia y tecnología, porque se cumplen 55 años de la mayor hazaña de nuestra historia reciente: la llegada a la superficie de la Luna. La carrera espacial entre la URSS y los Estados Unidos se había iniciado ... a mediados de la década de 1950 y los soviéticos vencieron en todas las etapas iniciales, incluyendo la puesta en órbita del primer satélite artificial –el Sputnik 1, en 1957– o el vuelo orbital tripulado que realizó el cosmonauta pionero Yuri Gagarin en 1961. Pero fueron los norteamericanos quienes dejaron la primera huella sobre nuestro satélite, el 20 de julio de 1969. La gesta de la misión Apolo 11 de la NASA, protagonizada por los astronautas Neil A. Armstrong, Edwin E. Buzz Aldrin y Michael Collins, fue el resultado del trabajo durante una década de muchísimas personas: unas 400.000. Y, sin duda, supuso un gran salto para la humanidad.
Este hito fue seguido en directo por millones de telespectadores de todo el mundo, gracias principalmente a la labor de los ingenieros de la estación de Fresnedillas de la Oliva, de la NASA y el INTA, situada a 60 kilómetros de Madrid. Su antena de 26 metros de diámetro, perteneciente al nodo de Robledo de Chavela de la Red de Espacio Profundo de la NASA, es la que controlaba las comunicaciones con la Luna durante aquella noche histórica de la que hoy celebramos el 55 aniversario. Y en ella se recibió la histórica frase de Armstrong: «Houston, aquí Base de la Tranquilidad. El Eagle ha aterrizado». La URSS reconoció rápidamente ese éxito de su rival en la Tierra… y fuera de ella. Hasta el final del proyecto Apolo en 1972, con la misión Apolo 17, un total de doce astronautas pisaron la superficie de nuestro satélite, observaron su «magnífica desolación» –en palabras de Aldrin–, tomaron miles de fotografías, grabaron cientos de horas de vídeo, realizaron todo tipo de experimentos científicos y trajeron a la Tierra casi 400 kilogramos de rocas y regolito lunar.
Pues bien, a pesar de todas estas evidencias no han dejado de sucederse ideas conspiratorias que, sin aportar pruebas reales, sugieren algo sorprendente: nunca se llegó a pisar la Luna y todo fue un rodaje realizado en Estados Unidos, quizá dirigido por el mismísimo Stanley Kubrick. Este bulo se ha vuelto a reavivar gracias a –más bien, por culpa de– la comedia romántica 'Fly Me To The Moon', dirigida por Greg Berlanti y estrenada hace pocos días. Por lo demás, es una cinta entretenida, aunque tiene otros errores tan evidentes como mostrar la integración del cohete Saturno V en posición horizontal en vez de vertical.
El negacionismo de la llegada a la Luna debe recordarse hoy, pero es sólo un ejemplo de las muchas ideas falsas, bulos y seudociencias no basadas en datos que llevan décadas circulando, más aún desde la irrupción de las redes sociales. Piensen, por ejemplo, en el terraplanismo, la astrología y los horóscopos, la adivinación, la parapsicología, la negación de la evolución biológica, la idea de que nos envenenan desde el cielo con los 'chemtrails', o la creencia en que nos visitan ovnis extraterrestres. Si sólo pudieran leer un libro este verano, les recomendaría 'El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad', publicado en 1997 por el astrónomo y divulgador Carl Sagan. Y aún más dañinas que estas ideas anticientíficas y conspiratorias son las seudoterapias (como la homeopatía, la cristaloterapia, el biomagnetismo, la acupuntura, el reiki o la ventosaterapia, por poner sólo algunos ejemplos muy conocidos) ya que pueden costarnos la vida si confiamos en 'su magia' en vez de en la medicina real, basada en ensayos clínicos rigurosos y cuya eficacia está demostrada.
Ante estos tiempos absurdos y peligrosos que nos toca vivir, ¿qué podemos hacer? Lo primero es aceptar que no todo es opinable, por mucho que les pese a algunos 'influencers', tertulianos, iluminados o vendedores de humo. La clave es si existen o no datos reales que apoyen las propuestas que alguien hace. Además, combatir la desinformación pasa por aumentar el espíritu crítico y el pensamiento racional de la población, tanto de los jóvenes como de los adultos.
Para ello, no existen mejores herramientas que la filosofía y la ciencia. «Sapere aude», nos dijo Horacio en su 'Epístola II', y lo recordaba Immanuel Kant dieciocho siglos después. Si seguimos su consejo y nos atrevemos a pensar, tendremos que hacernos preguntas constantemente, dudaremos, evitaremos las ideas preconcebidas, no nos creeremos todo lo que leamos u oigamos, consultaremos distintas fuentes… y gracias a ello seremos más críticos y menos manipulables. El método científico nos ofrece una forma estructurada de pensar y avanzar, utilizando como materia prima los datos existentes en cada momento y construyéndose sobre dos pilares fundamentales: la reproducibilidad y la falsabilidad. Esto se estudia a los 16 años, pero suele olvidarse pronto.
Quienes nos dedicamos a las ciencias –que pueden ser experimentales, exactas, humanas o sociales– somos curiosos y siempre nos lo preguntamos todo. Además, estamos obligados a ser objetivos, escépticos y críticos: con los hallazgos ajenos y, sobre todo, con los propios. Gracias a esta forma colectiva de trabajar se avanza día a día, aumenta el conocimiento de las sociedades y muchos descubrimientos básicos se convierten en aplicaciones de todo tipo: desde la astrofísica hasta la nanotecnología, de la ecología a la lingüística, o de la arqueología a la biomedicina. Sin ciencia no hay futuro, solemos decir, pero sin ella tampoco habría presente.
Además, la investigación científica no tiene nacionalidad ni ideología, por lo que debería quedar fuera de cualquier debate político. La inversión en I+D+i es imprescindible para que un país avance económicamente y resista mejor las crisis financieras. Basta mirar a nuestro alrededor para comprobarlo. En paralelo, los desarrollos científico-técnicos nos permiten enfrentarnos a algunos de los grandes problemas actuales y que los propios humanos hemos provocado: la crisis climática global, la contaminación del planeta o la pérdida constante de biodiversidad. Desde la investigación se proponen soluciones, pero somos cada uno de nosotros –y especialmente nuestros gobernantes– quien debemos ponerlas en práctica con acciones y decisiones concretas.
Por otra parte, no olvidemos que la ciencia es uno de los tres pilares de la cultura, junto a las humanidades y las artes. Tal como defiende 'La tercera cultura' –un libro de John Brockman publicado en 1995, basado en ideas anteriores del físico y novelista Charles P. Snow–, deberíamos trabajar unidos para difuminar las fronteras entre 'las ciencias' y 'las letras', avanzando hacia un conocimiento transdisciplinar e integrador. Porque, en palabras del novelista de ciencia-ficción Stanislaw Lem, «la ciencia explica el mundo, pero sólo el arte nos puede reconciliar con él».
En este sentido, termino con dos propuestas para hoy. La primera es que vuelvan a escuchar el sugerente tema 'Space Oddity', de David Bowie: fue publicado nueve días antes de la llegada del Apolo 11 a la Luna, y la cadena BBC lo utilizó como fondo musical para su cobertura de la misión. La segunda es despedir esta jornada histórica leyendo el poema 'Welcome', del escritor Aquilino Duque, que termina así: «Noche de julio, para tu caballo/ déjalo retozar por las estrellas./ Bienvenidos seáis, los astronautas./ Ya no estamos tan solos los poetas».
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