sin punto y pelota
Sociedad pantalla
No se da cuenta de que el Constitucional no la podrá absolver nunca de la inmesa corrupción moral que es despilfarrar dinero de los contribuyentes
El bono cultural no les ha comprado
Los bulos de los tabloides
Las torpes con la filosofía y el pensamiento abstracto precisamos de personajes admirables para visualizar la ética y la valentía. En el caso del escándalo de los ERES, conocemos a los villanos cutres, a los tecnócratas cobardes, a los políticos aprovechados, intuimos a los cientos de beneficiarios que no cuestionaron un chollo ... y apenas sabemos nada del héroe que empezó con esta historia cuyo recorrido judicial está acabando de manera tan bochornosa en el Constitucional. De la juez que en aquella Sevilla decidió investigar una trama que era un infierno burocrático sí conocemos su cara, sus andares de 'trolley' en mano, su nombre, Mercedes Alaya. La fama que cosechó, sin abrir la boca, ha inspirado a chicas jóvenes como Marta García, jueza con 24 años que, en una entrevista a La Voz de Galicia, explicó que decidió opositar todavía adolescente, viendo a Alaya entrando al juzgado en los telediarios. Marta, hija de minero y ama de casa, puede que acabe arrepentida por hacer pública su admiración.
Apenas sabemos, sin embargo, del hombre que proporcionó a Alaya el hilo del que tirar.
De aquel que provocó una segunda reunión con los responsables de Mercasevilla para poder activar una grabadora en la que quedara lo de un maletín y comisión. Se llama Pedro Sánchez Cuerda y su familia era la propietaria de La Raza, restaurante en el Parque María Luisa, tan cerca del Palacio de San Telmo, núcleo atómico del poder socialista andaluz durante décadas. El empresario podría haber dudado. Podría haberse amoldado. Le garantizaban los catering del Ayuntamiento de Sevilla, por ejemplo. Me lo imagino preguntándose si tenía sentido no ver aquel 'modus operandi' como lo normal. Hizo lo difícil. Seguro que Magdalena Álvarez y José Antonio Griñán tienen su coartada moral para no haber querido indagar sobre lo que pasaba en la Consejería de Empleo. Los medios y los fines. Total, ellos, los socialistas, eran imprescindibles para Andalucía, con esa tasa estupenda de fracaso escolar y de paro. Con millones para prejubilados. La exministra de Fomento se presenta ahora como una víctima a la que una operación político-judicial logró partir, por aquello de «antes partía que doblá». No quiere que sus nietos, al escribir su nombre en un buscador, se topen con «corrupta» refiriéndose a ella. No se da cuenta de que el Constitucional no la podrá absolver nunca de la inmesa corrupción moral que es despilfarrar dinero de los contribuyentes para mantener una red clientelar. De que, para vergüenza, la nuestra como andaluces aquellos años. Porque se habían empeñado en que ellos eran Andalucía. Resultó que no. En parte, porque hubo un hombre que decidió romper aquella falsa sociedad pantalla, con sus reglas del juego, lo habitual.
Ojalá hubiera habido otros parecidos a Pedro Sánchez Cuerda en la Cataluña del 3 por ciento. ¿Qué fue de aquello? Ah, que son los que ahora mandan. Los que chantajean al presidente Sánchez, ese que pide aplausos para Magdalena Álvarez en su sociedad pantalla, la que lucha contra la fachosfera. La misma que sacó a la luz los ERE.
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