sin punto y pelota
Por ella, por Botto y Soto
¿Querríamos ver a Soto ante un tribunal por grosero?
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Qué alegría encontrar un alma cándida que defienda la libertad de expresión de quien no comparte sus ideas, que no escriba al dictado del sectarismo y ponga sensatez en la diferencia entre creación artística y opiniones. Creía que ese tipo de personas habían dejado de ... existir pero ahí está Juan Diego Botto, al que muchos supondrán incapaz de abandonar el baldosín donde se baila el chotis de las cuatro consignas de la izquierda cultural. Se equivocan. «Hace unos días J. M. Soto insultaba de forma grosera a más de 10 millones de españoles. Leo que le han cancelado un concierto por ese comentario. Creo que nadie debería ser censurado por expresar opiniones por groseras, soeces o fuera de lugar que sean», escribía el actor en la red social, la misma donde antes el cantante andaluz se pegó un pasote de desahogo cagándose en la madre del presidente Sánchez y en todos los que quieren la destrucción de España. Al poco, se disculpó. Le han cancelado conciertos, algunos en ayuntamientos del PP. Frente a la reacción de Botto, hubo quien pretendía denunciar a Soto por delito de odio.
La pobreza del debate público en España hace imposible atender a las implicaciones de lo que puede suponer la aplicación del delito de odio a insultos, exabruptos o ideas que no comulgan con el pensamiento con sello multicolor agenda 2030. Insultar gratuitamente sólo retrata al que lo hace. Allá él. ¿Dónde quedó el refranero español de «No ofende quien quiere sino quien puede»? Fue la actitud de Soto cuando una chirigota de Cádiz le llamó nazi. Para insultos, los que reciben los huidos del canon progresista, de Pitingo a Soto, pasando por Vaquerizo.
En la esfera anglosajona hay debate por la legislación irlandesa, con colectivos protegidos y la posibilidad de que la mera posesión, sin compartir, de material considerado ofensivo pueda ser delito de odio. Se libraría el que demostrara ser una contribución al discurso artístico, político, científico o académico. ¿Quién decide eso?
¿Querríamos vivir en un país con presos por expresar sus ideas, por odiosas que nos parezcan? ¿Querríamos ver a Soto ante un tribunal por grosero? ¿Aplaudimos a los ayuntamientos que han cancelado a un cantante por sus insultos a los socialistas? Soto no se ha guiado por la elegancia, cierto, pero ¿lo hacen algunos independentistas catalanes cuando nos insultan a los andaluces? No recuerdo que nadie de la izquierda pidiera denunciar a Torra y compañía por delito de odio. Bien está. Me resbalan sus insultos. Pactar el gobierno de España con quien dice odiar ser español me molesta más. Los que querrían empapelar por lo legal a Soto o cancelarle conciertos están encantados con esa España plural, sin embargo. Esa en la que ellos trazan las definiciones de lo que es inclusivo y ofensivo. Ese país en el que los insultos y las disculpas se perdonan y se exigen con bizquera. De Junqueras. Por eso, bienvenido Botto. Sea usted el señor que se le presupone, Soto. Por ella, por la libertad de expresión, educación. Y valentía, ayuntamientos canceladores del PP.
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