SIN PUNYO Y PELOTA
El botijo sostenible de Milá
El botijo tiene una ventaja estupenda en España: no se lo ha apropiado ningún nacionalismo, ni fundamentalista ni 'light'
No son las redes sociales, eres tú
Cuándo nos dejaron de gustar los niños
Queridos niños, hubo una época no muy lejana en la que, cuando se tenía sed y calor, se bebía de unos artefactos de barro que solían colgar debajo de un árbol. Servía por igual a jornaleros que a señoritos porque, sin ser en exceso viejuna, ... los he visto atados a árboles en algún campo de golf. Los había que bebían de él con destreza, sin desperdiciar ni un poquito del chorrito de agua que caía, la coordinación perfecta entre el trago y la corriente continua en cascada. A otros, adolescentes de los 80, nos acomplejaba esa perfección en el manejo del botijo, que así se llama ese recipiente de barro que suda con una fórmula matemática descrita en 1990, y nos caía el agua fresquita por la barbilla, casi más fuera que dentro del gaznate. El diseñador Miguel Milá se ha muerto pero, gracias a la triste noticia, me entero de que en Argentona hay un Museu del Càntir, que todos los años encarga un botijo a diseñadores importantes y que, en 2019, fue el turno de Milá, que acumulaba muchos premios y era autor del diseño de lámparas y sillas de mimbre dibujadas en los 50 y que todavía perviven. Porque nunca quisieron ser moda y surgieron en unos años en los que la escasez agudizaba el ingenio. Lo mismo que la dieta mediterránea auténtica, escasa, evitaba que tuviéramos forma de botijos andantes.
Decía Miguel Milá entonces que el botijo le había enseñado más de lo que él podía aportar y, aun así, se atrevió con un diseño más estilizado, adornado por arriba con cerámica blanca. «Hoy, más que nunca, es necesario que los objetos sean sostenibles. Es mejor ver un botijo roto que una botella de plástico abandonada», explicaba entonces. Y es que, si de verdad no fuéramos unos acomplejados, deberíamos estar muy orgullosos del botijo español, que es sostenible desde siglos antes de que los políticos hipócritas se pusieran una chapita de colorines en la solapa para justificar, entre otras cosas, enormes estructuras burocráticas que aconsejen cambiar el mecanismo de apertura de las malditas botellitas de plástico. A la obligación de unir el tapón a la botella lo llaman «diseño responsable». Da corte la jerga cursi, la economía circular de las palabras de consultora, para explicar lo que hicieron ya los inventores del botijo, a los que Milá supo rendir homenaje.
El botijo tiene una ventaja estupenda en España: no se lo ha apropiado ningún nacionalismo, ni fundamentalista ni 'light'. Por ahora, el más antiguo datado, 3.500 años, está en Murcia. Cuentan los obituarios que Milá se ha muerto en Bilbao, cantando habaneras. Sus lámparas seguirán alumbrando, y no deslumbrando. Sencillas, de una modernidad clásica por funcional. Como el botijo. Mientras, en esa Cataluña cerrada y rancia del nacionalismo, tan poco Milá, están venga a llevar el mismo cántaro a la fuente. Se romperá un día o se secará la fuente. Los diseños del catalán y español, pervivirán. Por universales. Como debería ser el botijo, él mismo propulsor de un cambio climático. En su diseño de siempre o en el estilizado de Milá.
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