ARMA Y PADRINO
El Baltasar correcto
El woke no practica la indulgencia y, en su credo, eso solo supone la admisión de la culpa y lo merecido del castigo
La nueva religión pagana, el wokismo, también tiene sus tradiciones navideñas. Mal que les pese, porque la palabra «tradición» les da dentera. Ellos no lo llaman Navidad porque eso es facha: lo llaman «estas entrañables fiestas» (cuando están de buen humor) o «solsticio de ... invierno» (cuando se ponen anticlericales). Si se hacen un lío y no saben a quién prefieren ofender, lo llaman «final del otoño», sustituyen el acebo por hojas secas y a correr. Pero, como todo buen conjunto de dogmas y normas morales que aspire a controlar las conductas individuales, necesita de sus devociones y sus temores, de sus ritos. Hay dos que son ya tan clásicos por estas fechas como para el resto de ciudadanos lo son el árbol, los polvorones, los regalos y las discusiones familiares: criticar el vestido de la Pedroche e hiperventilar ante el Baltasar de turno pintado con betún. Da igual que su intervención haya sido en la cabalgata de una pedanía de la España vacía a la que no llega ni el tren y que nadie se haya enterado hasta que la caterva de ofendidos profesionales, activistas constantes de lo suyo, lo ha divulgado convenientemente.
Este año le ha tocado al del barrio de Chamartín, en Madrid, un fulano con la cara teñida de marrón y serias dificultades para impostar acentos. Los modernos han pedido las sales abanicándose, airados, el entreteto (las viejas del visillo, aunque se vistan de jipis en tiendas de comercio justo, viejas del visillo se quedan). El ayuntamiento se ha apresurado a pedir disculpas y decir que no había negros disponibles para hacer de rey mago. Error: el perdón no se contempla; el woke no practica la indulgencia y, en su credo, eso solo supone la admisión de la culpa y lo merecido del castigo. Una activista aleatoria declaraba, por su parte, que hasta los niños saben que eso es racismo. Antes, los críos de cinco años pensaban, ilusionados por la magia de esa noche, que «ojalá me traigan todo lo que he pedido». Ahora exclaman, disgustados y contrariados, «¡mamá, se están infravalorando conscientemente las vidas de las personas racializadas!». La comunidad de reyes magos no se ha pronunciado al respecto. Se desconoce si porque no tiene portavoz que reivindique sus derechos como colectivo vulnerable, denunciando la apropiación cultural sufrida, o es que se la trae al pairo.
Yo, por conciliar, que tengo el espíritu navideño todavía disparado, abogo por el rigor histórico: un negro de verdad, un pelirrojo natural y un señor con el pelo cano. Nada de barbas postizas ni pelucas. Reyes y magos, con documento probatorio de limpieza de sangre, legando en camello, ni dromedarios ni carrozas, y hablando en arameo antiguo. Nivel nativo. No caramelos, no confeti, no playstations; oro, mirra e incienso. Y nada de reinas magas, menos lloros por Valencia: si no aceptamos deficiencia de melanina, no aceptamos deficiencia de cromosoma Y.
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