la tercera
La identidad de la UE y su futuro
Para unos, Europa es un mosaico de culturas y el fin de la UE es su preservación. Para otros, Europa es un proyecto de civilización que va más allá de las culturas transformándolas
Montesquieu echado en olvido
El rey sereno
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Las elecciones al Parlamento Europeo del domingo pasado han puesto nuevamente sobre la mesa la cuestión del futuro de la Unión. Ya durante la campaña electoral se anunció que se estaba formando una gigantesca ola antieuropeísta que amenazaba su existencia. El resultado no ha sido ... tan dramático en términos generales, pero ha dejado inquietantes resultados en Francia y Alemania, los pilares esenciales del proyecto.
En el país galo, por el triunfo arrollador del Rassemblement National (RN) que, aunque ha moderado sus propuestas –ya no pretende la salida de la UE– sí sigue manteniendo un soberanismo irreconciliable con un proyecto cosmopolita. El caso de Alemania es distinto, allí Alternative für Deutschland (AfD) ha tenido un resultado reseñable, pero el castigo lo ha recibido la coalición gobernante y el europeísmo en su conjunto se mantiene fuerte.
Me parece que, más allá de los extremismos de derecha e izquierda, lo que suscita la división de Europa es, en primer lugar, la cuestión de si la Unión Europea necesita de una identidad europea que vincule y comprometa a los europeos con su desarrollo. Y, en segundo lugar, si esta identidad europea ha de construirse sobre los rasgos de unas culturas, en plural, europeas; o, por el contrario, debe afirmar las características de una civilización europea común.
Para los euroescépticos la Unión Europea no necesita de una identidad común y debe limitarse a un proyecto de cooperación entre Estados soberanos. Por el contrario, los partidarios de una civilización europea profesan el europeísmo, un credo que vincula el bienestar, destino e instituciones de las naciones europeas a su integración. Europa, que creó el Estado-nación, habría de trascenderlo para seguir desarrollando los logros de su progreso. Y esto se haría creando instituciones políticas, económicas y legales comunes a todas las naciones de Europa.
Para los contrarios al federalismo, el proyecto europeo ha de centrarse en la protección de las culturas nacionales europeas y esto lo trasladan a la idea de que la Unión Europea ha de servir al reforzamiento de la soberanía nacional. La cultura, sostienen, es el fundamento del orden social y, por tanto, las autoridades políticas tienen la obligación de protegerla. Desde este punto de vista, la civilización como proyecto de transformación es una amenaza a la cultura.
Esta oposición entre cultura y civilización fue observada en el siglo XIX por el poeta inglés Coleridge que habló de civilization con relación al progreso material y científico; y de cultivation como aquello bueno que permitía el desarrollo espiritual armónico. En su visión, cultivation y civilization chocaban. Algo parecido puede verse en la obra de Max Weber 'La ética protestante y el espíritu del capitalismo' donde Zivilisation y Kultur son conceptos antagónicos. La primera representa la extensión de la racionalidad como cálculo cuantitativo del capitalismo; mientras que Kultur refiere a un mundo de valores comunitarios destruidos por dicho capitalismo.
El choque entre cultura y civilización ha sido característico de Occidente durante la modernidad y ha dado lugar a conflictos culturales como las guerras de religión y el enfrentamiento entre las iglesias y los poderes políticos -en los países católicos con la cuestión del anticlericalismo y en los protestantes con fenómenos como la Kulturkampf de Bismark, el intento de desplazar a la Iglesia católica en la educación de las élites sociales en Alemania. Samuel Huntington señaló que los conflictos internacionales habían sido europeos a lo largo de la modernidad –dinásticos, nacionales e ideológicos– pero en el presente son de tipo cultural y global. Es el choque entre Occidente y las culturas no-occidentales lo que denomina «choque de civilizaciones», y es esta perspectiva culturalista la que explica también el conflicto de hoy en el interior de las sociedades europeas.
Sin embargo, más allá del europeísmo y el euroescepticismo la identidad europea también se ha expresado con éxito a través de relatos que daban sentido a su proyecto y lo han acompañado en su desarrollo. Los más importantes son los siguientes:
1) Europa como un espacio de paz, formulado tras la Segunda Guerra Mundial, es un relato tan asentado en el imaginario europeo que se daba por descontado hasta la guerra en Ucrania. 2) Europa como espacio de la libertad, acuñado tras la derrota del fascismo, cuando Europa occidental se convirtió en tierra de libertad frente al totalitarismo soviético. Desaparecido el telón de acero este relato perdió pregnancia, pero el crecimiento de las autocracias debiera infundirle nueva vida. Por último, 3) Europa como la tierra del bienestar y seguridad social. Las sociedades europeas se convirtieron, mediante el desarrollo de la economía social de mercado y el Estado del bienestar, en lugares prósperos donde las personas eran asistidas en sus necesidades básicas y donde sus posibilidades de desarrollo y promoción eran enormes. El sistema europeo de seguridad social permitió crecer a estas sociedades y conjurar el fantasma de la revolución y el conflicto social. La crisis económica y la emergencia de nuevos actores mundiales ha relativizado este discurso de identificación para los europeos, aunque sigue siendo muy atractivo para los miles de inmigrantes que intentan llegar a Europa cada año. Estos tres objetivos deben volver a ser guías de la política europea.
Europa ha de seguir identificándose con estas narraciones de identidad, pero el paso del tiempo y su desaparición de la discusión pública han hecho que muchos europeos de las generaciones más jóvenes las ignoren; y es por ello por lo que se hace necesario su renovación. Este discurso ha de mediar entre la civilización y la cultura. Si se acerca demasiado a la civilización, la identidad europea resulta artificial y fría. Si se acerca en exceso a la cultura y su preservación, Europa parece un museo, cerrada y fría como algo del pasado.
El proyecto de la Unión Europea constituye un experimento único y sin precedentes. El éxito de este experimento de integración económica y, sobre todo, política, depende crucialmente de que los europeos se identifiquen con él. Sin embargo, dado que es un proyecto abierto, su identidad es compleja. Para unos, Europa es un mosaico de culturas y el fin de la UE es su preservación. Para otros, Europa es un proyecto de civilización que va más allá de las culturas transformándolas. Estas dos visiones son esenciales para la identidad europea y el reto de la UE es, precisamente, conciliarlas de manera que la cultura no sea un obstáculo para el cambio y, a la inversa, que la civilización no sea un instrumento de destrucción de la cultura. Para que esta reconciliación europea pueda producirse sería bueno, me parece, volver a esos tres pilares que tienen aceptación unánime: seguridad, libertad y bienestar.
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