en clave de tron
Venezuela
Yo he visto cómo se prostituyen las venezolanas para comprar jabón. Cómo llora un venezolano al huir de las torturas. Cómo comen de la basura
La isla de El Hierro
Pedro y José
Conocí a Darryl en Necoclí, a orillas del golfo de Urabá, a punto de saltar al tapón del Darién. Se echó a llorar cuando le pregunté por el futuro de Venezuela: «He visto compatriotas violadas, muertos por el camino. Sólo pido a Maduro que ... se vaya, que ya tiene bastante dinero». Doña Emilia era tan anciana como chiquitita. Mi hermano, el obispo Víctor Ochoa, pidió a los cooperantes de La Parada (Cúcuta) que le metieran doble ración de pasta con atún en la bolsa. «No es para mí –sollozaba doña Emilia– es para mis hijos enfermos que esperan en San Cristóbal en la otra ribera del río Táchira».
Omar fue alcalde de Campo Elías (Mérida). Le invité a desayunar café y arepas en el puente Simón Bolívar. Me vaticinó el proceso como un futurólogo: «En España no se han dado cuenta aún. Primero copan las facultades de Políticas y luego la universidad. Llegan al poder municipal y federal y cuando menos lo imaginen estarán en el Consejo de Ministros».
El relato de Yerica es bastante atroz. En una sala de la parroquia de San Ber, en Bogotá, me contó cómo escapó del centro de detención en Venezuela: «Pasé ocho semanas encerrada sin ducharme y con el período. Tenía hasta gusanos. Pero me permitieron limpiar unas oficinas... catorce despachos a cambio de un baño. Conseguí escapar gracias a una limpiadora que se apiadó de mí».
La pobre Carla caminaba con su familia hacia Pamplona (municipio de Norte Santander) con destino Bogotá y Medellín. No pudo soportar el nivel de violencia y miedo en Barquisimeto: «Tenía una tienda de regalos y artesanía que daba lo justito para vivir... No sabíamos que éramos ricos».
Y Lucila (así me dijo que se llamaba). Aún me muero de vergüenza al recordar lo que me dijo: «Por dos dólares yo le correspondo». Se refería a su tarifa por sexo oral. Le pregunté qué haría con esos dos dólares y me respondió: «Compraré jabón y si me va bien... pañales».
No soporto la cobardía contra la dictadura. Me repugnan los complejos y las medias tintas ante la tiranía. No me caben en la cabeza intereses particulares o de «real politik y real economik» frente a un narcoestado salvaje. Yo he visto cómo se humillan las venezolanas para comprar compresas. Cómo llora un venezolano al huir de las torturas o la vergüenza que sienten al mendigar un plato de sobras y basura.
P.D.: En Turbo, camino de Apartadó, merendamos pollo frito. Nos rodearon unos hombres flacos, desaliñados. Tras esconder los móviles, proteger las mochilas y apurar el plato y las cervezas Club Colombia nos levantamos. Los tres venezolanos no querían ni nuestros teléfonos ni nuestras carteras. Tan solo se avalanzaron a chupetear nuestros restos de huesos de pollo.
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