bala perdida
Umbral y el beso
Era recurrente en nosotros aquello del clásico: «¿Quién, en el beso, acaba el beso?»
La prima Victoria Federica (23/08/2023)
África (15/8/2023)
Era Francisco Umbral un forajido con corazón, y faenaba en una olivetti mínima que era una metralladora descarriada que había leído a Gómez de la Serna. Venía de la escuela del hambre, e iba directo a la posteridad, que quedaba en Majadahonda. Ahí ... nos vimos muchas veces, y adornábamos los encuentros con mucho menú de frases líricas, porque los dos salimos con más vicio de poetas que de gastrónomos. Era recurrente, en nosotros, aquello del clásico: «¿Quién, en el beso, acaba el beso?».
Traigo esto aquí porque al fin Rubiales, ese prehistórico, ha perdido impredeciblemente el poderío por un tema de delicadeza, el beso, y porque mañana se cumplen dieciséis años de la muerte de Umbral, al que hoy veo vivo. Sus textos eran implacables, como algún crimen. Siempre voló la leyenda urbana de que tenía negros, leyenda del todo falsa. A mí incluso me llamaron de Informe Semanal, cuando murió, para preguntarme si yo escribí en alguna temporada para él, secretamente. Pero ni negros ni nada, porque trabajaba como un soldado, pero como un soldado con levita. Tengo algún original de Umbral, pulcro como una lápida, igual que él tenía un original de Ruano, en su dacha con gatos. Gastó pinta de poetón tísico, y se jugaba el precipicio, por la pirueta de algún aforismo. Entrar en una página de Umbral era entrar en una discoteca. A rachas, crece el pleito de entretenimiento sobre si el columnismo ha de ser literario, o no, pero uno no concibe otro columnismo que no incluya la manivela del lenguaje, el susto del estilo, el relámpago sorpresivo, porque lo demás es redacción, notarial o no. Umbral está, aún, en los periódicos, porque de sus maneras nutricias hemos venido vertebrándonos todos. O al menos todos los que a uno todavía le emocionan.
En el beso de la polémica el beso lo acabó Rubiales, y eso avala una jerarquía. Eso, y que él mismo lo empezó. El tema hubiera dado frenesí a Umbral. Él, que cruzó a Quevedo con el grafitti, alternó a Baudelaire con Pitita, y fue un apache de lejanías. El mejor. Procede recordarlo. Porque además suele joder, y porque sí.
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