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BALA PERDIDA

El torero Peláez

El premio Gistau lo ha logrado donde vislumbra que el progreso está en la cercanía perdida

Cien años de soledad

Braga de bombero

Ángel Antonio Herrera

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A José Peláez le han dado el premio Gistau, que es una flor de columnistas que él en rigor ya tenía, porque lleva ya un largo rato en lo alto del escalafón del gremio, con vocación airada de escritura y esa barba de enterado irónico ... que es una barba de parentesco con el propio David Gistau. Yo a Peláez le vi venir durante la pandemia, cuando escribía un blog insólito, con toda la intimidad descerrajada, llamado Magnífico Margarito, avalando que él resulta un manirroto de talentos, empezando o acabando en el mismo título, tan sorpresivo de aliterada chulería. Desde ahí creció, hasta hoy mismo, donde aquí le tengo de vecino dominical de energías. El premio Gistau lo ha logrado con un artículo de costumbrismo íntimo, digamos, un artículo doblado de crónica hacia adentro, donde Peláez vislumbra que el progreso está en la cercanía perdida, y que un estanco o una panadería pudieran ser el regreso a una arqueología prodigiosa que aún tenemos pendiente. Ese Peláez de la mirada estupefaciente y el asombro despeinado es el que yo más disfruto, porque otorga a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido, bajo aquella máxima del poeta, que nos sirve sobre todo para la prosa. Aquí al lado, de cierre de semana, pone él a prueba esta decisión de estilo, que no es sino un acto de sinceridad con él mismo, que vive la minucia del día como un susto o una alegría, según se pare a hablar el autor con un concejal o con su propia hija. A Peláez le mandas a una barbacoa y te trae una poética. Peláez va a por vino y te explica el recado en una oda ebria de ingenio concéntrico, que es el ingenio que él usa, cuando se pone a la métrica caudalosa, esa medida entre el regate de relato y la destrucción del poema. Vive en Valladolid, sin hacer desprecio de la Corte, porque a Madrid viene a menudo, a sonreir entre amigos y a recoger un premio Gistau. De mí escribió que no soy un columnista sino un torero. Y lo mismo hasta lleva razón. Aunque para torero, él.

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