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bala perdida

Yo fui Sandokán

Los de entonces ya no somos los mismos. Aunque nos queda algo de la lírica de piratas de que venimos

El selfi de los idiotas

El cuplé del fracaso

Ángel Antonio Herrera

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Yo fui un niño de provincias de tuvo una trenca para varios fríos. Fui un forajido adolescente que compraba cigarrillos sueltos a un señor con carrito a la puerta de la escuela, un señor mayor, entre el vagabundo de ocaso y el abuelo de todos, ... que siempre tuvimos por cómplice cansado de nuestras alegrías de chicos de barrio y de nuestros secretos de muchachos que pensaban que la vida airada empezaba por el cigarrillo, por lo general mentolado. Fui yo un desmandado que jugaba al billar, y que tuvo al fin bicicleta, por Reyes, pero no una BH, que era el BMW de las bicicletas o la bicicleta oficial de los críos pudientes, sino una Torrot, que era la versión proletaria y canallita de la otra. Yo fui también el que tuvo una infancia muy descerrajada a la calle, sin saber que nutría la última generación que jugaba en las aceras. En los recreos, sacaba mi baraja de cromos del Real Madrid, de la que algún naipe aún conservo, como si fuera la foto de algún poeta. Yo fui el frío de entonces. Fui el que se inició en las minifaldas gracias a las azafatas del 'Un, dos, tres', sobre todo gracias a la azafata de la calculadora, que no sé yo si llevaba minifalda o qué. Yo fui, además, el bachiller que se enamoraba a diario, descubriendo en los ojos verdes un voltaje sexual. Yo fui, en fin, un escolar colocado de pegamento Imedio y un melancólico porque sí. Fui una infancia de estufa y una navidad de cinexín. Todo lo vengo recordando porque leo que reponen la serie Sandokán, con otro actor, y porque quieren prohibir el tabaco, según edades. Lo del tabaco me ha llevado al tabaco clandestino de antaño, que era el dulce veneno que yo consumía, y lo de Sandokán me ha traído a Sandokán, obviamente, un salvaje de sobremesa de los domingos, allá en los altos años setenta, cuando la eternidad era una costumbre y el corazón vivía feliz como un revólver. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Aunque algo aún nos queda de la lírica de piratas de que venimos. Y del donjuanismo de los últimos guateques, que consistía en poner los discos sin perderle un reojo a la chica que de nuevo se iba con otro.

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