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BALA PERDIDA

Entre pijos y okupas

Se va ensanchando una tribu que ve a diario cómo tiene más hogar en la incertidumbre que en la prosperidad

Registro de viajeros

Quintero, un manirroto del talento

Ángel Antonio Herrera

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Resulta que el Gobierno echa al aire alegre el confeti de una empresa pública de vivienda, pero entretanto la verdad de las verdades es que el panorama ofrece, al respecto, una manta de okupas, por una punta, y por la otra punta un frenesí de ... pijos, que se hospedan en coquetos apartamentos con ventanal y chimenea y todo. La vivienda es un problema ya primerísimo, porque un techo es un derecho, pero en España más bien es un delito, o un capricho, según el inquilinato. Cada vez que se asoma un remedio, la cosa se pone aún peor, y sube el alquiler. Acabo de leer que en Madrid hay ya, incluso, varios inmuebles enteros que son conquista de los okupas, con lo que ya tenemos el éxtasis del empleo de la ocupación, que no incluye el tercero derecha sino cinco pisos íntegros, en una especie de inauguración hotelera, al asalto. También ruedan vídeos, por ahí. Estas cosas resuelven un desahucio al revés, donde el gentío desesperado improvisa un campamento, huyendo de la intemperie interior, y de la otra. Enfrente, observamos que unos inmigrantes de Rolex van dejando Miami para venirse a los barrios dorados de Madrid o Barcelona, donde alquilan casas casi museales, que son caras o carísimas, pero no tanto, porque el dinero depende del cristal con que se mira. Entre unos y otros, va quedando el peatón castigado, el ciudadano dolido, la sufrida clase media, yo mismo, y acaso usted, lector, que vamos a acabar dedicando media vida laboral a defender un cuarto propio. Eso, si nos dejan. Entre okupas y pijos, se va ensanchando una tribu que ve a diario cómo tiene más hogar en la incertidumbre que en la prosperidad. «El dinero se ríe de mí», me dijo la otra tarde Álvaro Pombo, después de compartir sopa de ajo y confidencias de premio. El dinero, en efecto, se ríe mucho de los que tenemos dinero poco, o ninguno, frente a los que pagan o pueden pagar lo que toque, porque son la sonrisa misma del dinero, o bien ante aquellos que se domicilian sin ley, porque es lo mismo en algunas vidas lo barato y lo imposible.

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