BALA PERDIDA
Nostalgia del casete
Fuimos unos pasajeros de ventanilla abierta y menú de canción del verano
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Forasteros de aquí (2/1/24)
Hubo un tiempo en que la gasolinera, en España, estaba cruzada de joyería, porque ahí se vendía el casete, aquella alhaja de la música del momento. El momento eran los años setenta, o los ochenta, y las alhajas eran la música de Los Chichos, o ... Las Grecas, que se compraban, de expendedor giratorio, mientras el gentío iba a Torremolinos o venía de Benidorm. Doy estos datos porque el casete es una gloria extinta, y las generaciones nuevas igual pudieran pensar que hablamos, con el casete, de un pariente no lejano del gramófono. Ha muerto Arévalo, y nos ha traído una nostalgia del casete. Se escuchaba el casete en el coche, y era un compañero de viaje que pillabas en la carretera, porque al coche había que ponerle gasolina, y al viaje mismo había que echarle el combustible de las canciones de la temporada, que eran por lo general un ramo de rumbas desiguales, con el gancho de un tema de El Fary, o de Manolo Escobar. Con eso íbamos haciendo un viaje de discoteca sin salir del coche, rumbo al verano, mayormente, porque el casete era un ingenio de gasto estival, y ponía amenidad machacona a una ruta de calor homicida, como ahora, sólo que entonces sin aire acondicionado. Fuimos unos pasajeros de ventanilla abierta y menú de canción del verano. No escribiremos, ahora, que el viaje de antaño, o casi antaño, era un viaje de melómanos, obviamente, porque el casete de carretera era un casete de pésimos éxitos popularísimos, algo así como la sangría de la cinta magnética, algo así como el garrafón del flamenquito, que se prorroga hasta Camela, el último gran invento de lo que llevaba mucho tiempo inventado, la tecnorrumba. Hubo, en la copa de los casetes más vendidos, algún ejemplar de los chistes de Eugenio, o una antología de Juan Luis Guerra, que cantaba a la bilirrubina mientras apurábamos el viaje largo de carretera de un solo carril por sentido. Hasta aprendimos a bailar la lambada sin bailarla. Dicen que el casete cotiza en las subastas de internet como una esmeralda de los turistas de antaño.
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