BALA PERDIDA
El mundo, un viejo error
La dicha de Instagram es una estafa
Puigdemont, en el idioma de la chulería (13/12/2023)
El caos trae cola (12/12/23)
A nadie se le escapa, ya, que la verdad también se inventa, y ahí tenemos, por avalarlo, la última escena, en un avión, donde los pasajeros consuelan a un enfermo de alzhéimer, con una canción de coro creciente. Ahí está al fin la música ... contra el mal, de espontánea réplica, como una estampa insólita de que aún la bondad anida entre los pasajeros del mundo. Sólo que la escena es falsa, porque está fingida por un ramo de actores, incluyendo al enfermo imaginario y a los aliviadores conmovidos. De modo que ya nos han colocado otro bulo semanal, entre el retrato de Netanyahu y el retrato de Ximo Puig. A mí del embuste de la noticia del avión lo que me importa es que estamos ante una felicidad que ya no ocurre, que es como decir que la existencia de la felicidad es una noticia. Y aquí queríamos llegar. Esto delata que la dicha de Instagram, que es la dicha que manda, es una estafa, obviamente, y además que las noticias de verdad sólida, las que a diario nos cercan, debieran ser bulos, en rigor, porque así le conviene a la salud de la vida. Pero no. Todo ocurre al revés, consagrando el viejo lema de los filósofos: el mundo es un viejo error. Ocurre que se desmantelan en Madrid pisos de esclavas sexuales, que a cuatro horas de aquí el día se va a la guerra, que Milei dice cosas que sólo puede escuchar el delirio del desesperado. Ocurre que una zángana de Junts lee un listado de jueces como quien da el reparto de un tráiler de gánsteres, que Irene Montero se nos a hacer las Europas, que Ayuso le cierra el grifo de auxilios al Ateneo de Valle-Inclán. Ocurre que igual al señorito Puigdemont le hacemos hombre del 2024, y hasta se le encargan algunas campanadas del porvenir de ese fin de año, entre una futbolista de folclore y un cocinero de aspavientos. Debiera ser bulo lo que nunca nos sale bulo, y así el periódico y el presente se nos viene poniendo perdido de solventes catástrofes y un anuncio de la generosidad entre desconocidos se nos antoja una felicidad de un pasado irrecuperable o un futuro remotísimo. El bulo, aquí, no es tan bulo, porque la felicidad nos pega un susto, y las desgracias de lo diario se arraciman en una única costumbre sostenida. La anomalía de la verdad hay que inventarla, como en ese anuncio falso, que es como un christma de navidad, ahora que no hay christmas sino un tostón de mensajes de escaparate que llegan en madeja a la navidad del móvil.