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Bala perdida

Marqués del ingenio

Mingote practicó la aristocracia del ingenio, y no del chiste, que es un asunto menor

Yo fui Sandokán

El selfi de los idiotas

Ángel Antonio Herrera

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Nos dejó en abril Antonio Mingote, hace más de una década, y hay nostalgia de lo suyo, porque hay vigencia de lo suyo. Prosperó de artista autodidacta, porque a ver qué otro camino. Todo artista come de su propio talento, y crece hacia su propio ... talento, que es una rara esencia que ni enseña la Universidad ni la inteligencia artificial. Estamos ante un clásico que nos saludaba, cada mañana, desde la baranda de su viñeta de ABC. Así, más de medio siglo. Estuvo en lo suyo hasta el momento de la muerte, como González Ruano, que remachaba el artículo desde el lecho de la última hora, mientras se desesperaban sus cuidadoras de hospital, incapaces de fijarle el descanso al enfermo: «Déjenme ustedes en paz. Yo soy escritor como ustedes son monjas». En efecto, el oficio de creador es un sacerdocio o se queda en macramé de 'amateur', en pilates de caprichos. Mingote ha sido sacerdote de lo suyo, el humor a lápiz, el dibujo hablante, la viñeta exacta donde todos somos José Luis López Vázquez, un español medio cabreado con la señora al lado, que es la otra mitad del cabreo. Le hicieron marqués, pero ya lo era, porque practicó la aristocracia del ingenio, y no del chiste, que es un asunto menor. Militó en 'La Codorniz', donde se tuteó con Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, o Edgar Neville. Escribía teatro con soltura masiva, y manejaba el ingenio tan en serio como si barajara un juguete. Es tópico decir hoy que Mingote era un género, pero hay que decirlo, porque es verdad, y para que no nos olvidemos de los talentos del pasado, que aún pintan algo en los futuros. Un día memorable me relató cómo vivió en un susto el arranque de la Guerra Civil, porque pensaba que una bomba iba a destruir un piano que había en la casa de sus padres. No deja discípulos, que es el mayor síntoma de su excelencia, pero sí una escuela de dibujar fácil, que es lo difícil. Hay cosas, casi cubistas, en lo suyo, que son como si Picasso se entretuviera un rato en hacer su página de ABC. La de ayer, la de siempre.

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