bala perdida
El corsé de Swift
No acabo yo de pillarle a Taylor Swift el prodigio, la lujuria, el constipado. Quiero decir que llevo un tiempo estudiando el caso Swift, y me quedo en el enigma, porque no da calambre su obra, y ella me resulta distante y reaseada, como ... si entre lo suyo y lo mío siempre estuviera de enemigo el maillot espejeante, severo y compacto dentro del que se desmadra, sin desmadrarse. De manera que no me llega su temperatura, porque en Taylor me falta temperatura y me sobra escaparate, me falta despeinado y me sobra el chicle que no sé si gasta mucho, poco o nada. De entre la galaxia de las exitosas planetarias, me gusta más Beyoncé, que es un piano en minifalda, o bien Miley Cyrus, esa diabla alegre, de la que me enamoré en los Grammys últimos, y de ahí ya no salgo. Jennifer López es un ángel de cabaré, y Rihanna no me repercute ni mucho ni poco, porque siempre la sorprendo preparando un nuevo repertorio de tatuajes.
Todas estas chavalas apoteósicas están en la orilla contraria al reguetón, donde cada nueva estrella me parece siempre la misma, que no sé muy bien cómo se llama, pero es una misma gogó de la cháchara de hablarle una chulería sexual al ombligo al aire. Dicen que Taylor va a dejar en Madrid unos millones de euros, por el trajín de turismo que arrastra, y ya he visto que en el Bernabeu se ha preparado una guerra mundial, más que un concierto, una invasión de chavalería que yo creo que acude antes a ver si Taylor existe, y no tanto a escucharle el cancionero, donde sigo yo sin encontrar dos o tres temas inolvidables. Porque dos o tres temas inolvidables, al menos, tiene que aportar una gran estrella del pop al género, como Madonna, o Beyoncé, o la propia Cyrus. Si no, es que vas triunfando mucho como gran karaoke mundial, pero karaoke. Taylor es mona y tiene una biografía de estrellísima millonaria donde no pesco otro sobresalto exótico que los veinte mil euros que se deja en la suite de alojamiento. Igual la culpa es del maillot, tipo corsé, que no me deja verla.