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bala perdida

Yo fui Beckenbauer

Se me apaga uno de los naipes principales de mi niñez de escuela de provincias

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Ángel Antonio Herrera

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No me queda tarde el obituario a Beckenbauer, porque su muerte supone el diagnóstico de la mía. Quiero decir que ya se me va quedando vacía de cromos la infancia, con lo que mi futuro se alegra de luto. Viví el triunfo de Beckenbauer ... en el Mundial del 74 con una fiebre de hincha, siendo niño, en lo alto del verano, porque Beckenbauer me parecía lo que era, un emperador de la intuición, un aristócrata del pase, un geómetra entre patadas. Eso, y que nunca se despeinaba, yendo siempre despeinado. Para mí el fútbol fue una poesía antes de la pasión definitiva de la poesía, y ahí está en la copa Beckenbauer, que era de los míos, jugando en Alemania. Me embelesó Beckenbauer un rato antes que Baudelaire, o Lorca. Hasta me hice con una camiseta del dorsal 5, el suyo, para competir entre chaveas. Igual que un día me ensayé la lámina del poeta romántico, con levita y tuberculosis y todo, yo fui Beckenbauer. Hablo de los años setenta, cuando aún no se nos había hecho evidencia el verso cierto del clásico: «y la vida no es noble ni buena ni sagrada». Tuve también el 10 de Velázquez, un dorsal grandioso que gustaba mucho los chicos salvajes del fútbol de afición incurable. El 10, y el 4, de Pirri. Pero acaba de morirse Beckenbauer, y se me apaga uno de los naipes principales de mi niñez de escuela de provincias, y su ausencia es clamorosamente el diagnóstico de la lejanía de mi propia infancia, que cada vez parece más cerca, pero vive más remota. Aquellos futbolistas son un costado luminoso de mi propia familia, ya escasísima, ahí al fondo de mi vida, una familia de difuntos que arrima la lápida de hoy al cromo de entonces. La muerte tiene estas cosas, que de pronto se lleva a Beckenbauer, un bávaro con cabeza de filósofo, un elegante que practicaba el pensamiento en calzoncillos, sin mirar apenas al balón. Debo mucho al comercio fabuloso con los poetas, pero también al hechizo de algún futbolista como Beckenbauer, que es y no es futbolista. Pero sí un mágico magisterio en la infancia, entre dios del recreo y ángel de la zancada.

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