el batallón
Sectarios perdidos
El dominio de los códigos de toleracia, cancelación y escarnio es patrimonio de la izquierda. Esa lluvia fina, auténtico calabobos, termina por anegarlo todo
Canceladores y censores son los que hoy fijan el canon. Ellos determinan lo que es odio o una simple broma, lo «del todo inadmisible» o lo que «tampoco es para ponerse así» a través de la doctrina establecida por los miembros de los colectivos que ... tienen organizado aquí el tenderete de lo cancelable o censurable, neodogmas alumbrados todos en el laboratorio social de la izquierda y dominados por tanto por la progresía ibérica, de cebo o de recebo en las redes sociales. De tal forma que los del tenderete pueden hacer todas las bromas que les venga en gana, eligiendo el registro y el tono que deseen, pero sin embargo los 'no adscritos' no pueden abrir la boca pues serán llevados al periodo magdaleniense, unos 15.000 años atrás en la evolución humana donde el intelecto del hombre le daba para tenerse en pie y poco más.
Esta fiebre canceladora o censora agrupa a buena parte de las, los y les climatistas, animalistas, feministas o elegetebeístas. Se trata, por ejemplo, de poner de hoja perejil a Casillas y Puyol por una broma, seguramente sin gracia y bastante boba, declarándose gais de mentira para que al portero dejen de atribuirle novias. Analicemos ahora el discurso de uno de sus censores que, desde la otra acera [ya metidos en arcaísmos homófobos, démoslo todo] vendía las excelencias de una serie por él ideada ('Maricón perdido'): «Es la historia de un niño maricón que está perdido, de un adulto maricón que está perdido y que va encontrando y buscando su identidad. Era apropiarse de un término despectivo y hacerlo descriptivo». Imaginen el armagedón si a Casillas se le hubiera ocurrido poner en el tuit «soy maricón» en vez de «soy gay». La reacción del colectivo y allegados habría exigido dar de brea y emplumarle en una plaza pública. Porque Casillas y Puyol insultan mientras que el censor elegetebeí, describe... y de paso tiene permiso para llamar «gilipollas» a Casillas y a Pujol, como así hizo. Ya está claro quién puede o no referirse a alguien como maricón. La cancelación, que persigue la muerte social fuera de la majada, llega a absurdos tales como el debate-piltrafa que montaron aquellos 'triunfitos' que, tan indignados o más que cuando no hay tofu o leche de soja en el menú, se negaban a decir 'mariconez' en una canción porque faltaba al 'colectivo'.
El dominio de los códigos de cancelación y escarnio es patrimonio de la izquierda. Su lluvia fina, ese insistente calabobos, lo anega todo. Y como prueba valga la reacción del propio Casillas, al que solo le faltó hacerse vientre del miedo que cogió la criatura ante la andanada de sopapos digitales que se le dispensó: primero negó la autoría de su tuit y arguyó infantilmente que le había jaqueado el móvil, para luego pedir perdón al colectivo elegetebeí por algo que dijo no haber hecho. Remató este recontradiós un vicepresidente de la Comisión, el socialdemócrata Timmermans, que con el continente tiritando de miedo por el espantoso otoño que viene, no ha encontrado problema europeo más relevante que criticar el tuit de Casillas, que «parece una broma pero va más allá». Efectivamente, ya hace frontera con el ridículo.