el batallón
Cenizas en el fango
Sánchez no tuvo la valentía de estar presente en el debate que precedió al trágala; solo le faltó salir del Congreso en el maletero, en homenaje a Puigdemont
Por dónde empezar...
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Desde el 6 de diciembre de 1978 hasta ayer han pasado 45 años, 5 meses y 24 días, o lo que es lo mismo 16.612 días en los que como reza el artículo 14 de la Constitución los españoles han sido iguales ante la ... ley. Ayer se cortó esta bendita racha y el 30 de mayo de 2024 pasa a formar parte de todo lo histórico que, para bien o para mal, ha ocurrido en esa fecha. Por ejemplo, un 30 de mayo abrasaron viva en Rouen a Juana de Arco, que según recoge el 'Martirologio romano' «después de luchar firmemente por su patria, al final fue entregada al poder de los enemigos, quienes la condenaron en un juicio injusto a ser quemada en la hoguera en 1431». Casi seis siglos después es más o menos lo que ayer hicieron Sánchez y el resto de los 'valientes' diputados del Grupo Socialista (el poder de esta época): prender fuego al texto del 78 en efigie, es decir, con un monigote que representara al original en el martirio a la Constitución. Sánchez no tuvo la valentía de estar presente en el debate que precedió al trágala, sólo fue a votar la infamia y luego, tras unos tímidos aplausos y mientras los diputados separatistas se abrazaban alborozados como si el Barça hubiera ganado la Champions, se largó de allí en su coche, pues el automóvil representa un elemento central de la triste historia del golpe del 1-O. Al menos ayer no salió en el maletero del vehículo oficial que le sacó a toda prisa del Congreso hacia La Moncloa con el fin de completar el homenaje rendido por el presidente del Gobierno a Puigdemont en la Cámara. Fue una pena, la imagen hubiera definido la vileza política y la collonería personal de lo ocurrido en el viejo caserón de las leyes, donde por siete votos Sánchez volvió a entregar la dignidad de la democracia a los enemigos de España (así se autodefinen ellos), que lejos de conformarse con que se hayan borrado todos los delitos cometidos por los golpistas –a partir de ahora, aquello nunca ocurrió–, ya alardearon de que la próxima parada será la autodeterminación... siempre que el estadista del barrio de Tetuán pretenda seguir en La Moncloa. De lo contrario, se acabó la legislatura.
Es imposible asegurar que Sánchez no trague con la consulta; una vez que ha calcinado la Constitución es capaz de todo. Buscará, no obstante, un subterfugio, un trampantojo, una gatera por donde colar el referéndum. Quizá lo haga a través de una reforma del Estatuto de Cataluña, que tendrían que votar los catalanes, hurtando al resto de los españoles la posibilidad de opinar sobre el desguace de la Nación. Conocemos las mañas del personaje. Bienvenidos, por tanto, al alba de la España confederal, adefesio político, ahistórico, que ya pergeñó en su día el zascandil de Zapatero (con él empezó todo) y que el marido de Begoña podría intentar culminar. La ausencia de principios le encaja como un guante para esta tarea.
Se acerca la noche de San Juan y, como en el pueblo de San Pedro Manrique, Sánchez se dispone a pisotear, con Puigdemont a cuestas, las brasas de la Constitución y de la igualdad de los españoles, que aún humean en las Cortes, para luego meter los pies en el lodo en busca de un alivio fresquito. En el fango que inunda su lado del muro se halla como en casa.
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