casa de fieras
Cuando no se quiere ver
Se convierten en suicidas ideológicos, en un ejército de incondicionales que estaría dispuesto a todo
Teléfonos desechables
¿Farlopero o acosador?
Una de las cosas más fascinantes que tienen los niños es su inocencia. Cuando algo les da miedo, por ejemplo, se tapan los ojos pensando que, si no ven, nada puede verlos a ellos. Es un gesto de supervivencia, un acto reflejo que les protege ... cuando algo les asusta o conmueve. Luego uno va creciendo y todos esos brillos de pureza se van ensuciando de costumbres y comprensión. Es complicado ver a un chico de quince años tapándose los ojos pensando que así permanecerá a salvo. Pero todavía lo es más comprobar cómo personas adultas, de esas que pueden votar y todo, son capaces de ignorar lo que tienen en su entorno cuando todo apesta. Se convierten en suicidas ideológicos, una especie de ejército de incondicionales que estaría dispuesto a todo con tal de continuar la farsa.
En la historia reciente se han dado casos en los que las personas miraban a otro lado cuando a su alrededor todo se pudría. Se me ocurre el pueblo alemán, esa sociedad que se tapaba los ojos mientras se quemaban judíos. O la sociedad vasca, aquella que obligaba a algunas viudas de ETA a inventarse la causa de la muerte de los suyos para no confesar que habían sido asesinados. Algo habrían hecho, se decía. Entonces, la esposa rota contaba que había sido un accidente de tráfico, un infarto, un cáncer de pulmón; cualquier cosa excepto llevar la contraria al colectivo del señalamiento. El de la sociedad pasiva. El de la sociedad cómplice del daño.
En el ambiente levantado en estos tiempos por algunos maleantes sucede lo mismo. Ya no me refiero a todos los que participan de la intoxicación. Al menos, esos lo hacen por dinero, ya sean periodistas, escribidores de propaganda o cómicos metidos a literatos. No se puede juzgar con objetividad cuando la necesidad aprieta. Y en el periodismo de hoy vale más el hambre que la verdad. Una tarta cada vez más pequeña en la que proliferan métodos de ganarse la vida a costa de engañar y obedecer al que paga. Pero hasta en esos casos, al final, uno comprende que se trata de comer, como quizás en la sociedad alemana se trataba de sobrevivir o en la vasca, de poder comprar en la carnicería sin que te pintaran una diana en la plaza del pueblo.
Pero hay otra España. La que no se lleva beneficio alguno del poder y que, sin embargo, se tapa los ojos como hacen los niños para no ver (o no querer darse cuenta) los abusos, mentiras, manipulaciones, corrupción y demás atrocidades que se vienen cometiendo mientras levantan fantasmas del peor pasado. Niños adultos que votan por herencia, como si elegir presidente fuera ser del Madrí o del Barsa. Como si no importaran los medios para llegar al fin. Esa prole que aguanta todo, que encima lo hace gratis, son un tumor muy difícil de extirpar. Pero existe. Y mientras puedan seguir tapándose los ojos para no ver lo que hacen los suyos, no llegaremos a ningún lado. Procuremos que, al menos, los que están cerca de nosotros no se los tapen también.
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