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casa de fieras

Lo que somos para otros

No son buenos tiempos para la generosidad, lo vemos a diario en la política, en la actualidad, en la sociedad

La mesa de los mayores

Quedarse callado

Alfonso J. Ussía

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Normalmente nos pasamos el día pensando en lo que una persona es para nosotros, ya sea nuestra mujer, hijo, padre o un amigo. Sin embargo, lo hacemos pocas veces a la contra cuando, en realidad, deberíamos pensar lo que nosotros somos para ellos, para los ... nuestros, ya seamos maridos, padres, hijos o amigos. Vivimos enlatados en el pensamiento del 'yoísmo', como si todos los que nos rodean fueran una circunstancia en vez de una elección. Generalmente somos parte de muchos, el escenario donde transcurren las vidas de los que más queremos. En la monumental 'El Padrino', de Coppola, Luca Brasi necesita encarecidamente mostrarle su respeto a don Vito, que cansado, trata de ahorrarse el coñazo de seguir recibiendo visitas el día de la boda de su hija, Connie. Tom Hagen, el 'consigliere' de sangre irlandesa le dice que debe hacerlo, que no puede saltarse tamaña tradición y menos ese día. Tras un breve segundo en el que Marlon Brando detiene el tiempo, asiente y le dice a Hagen que recibirá al más viejo de sus sicarios que, plantado delante del Padrino, se traba y se marea en el intento de dar una impresión alejada de lo que es, ese asesino por antonomasia. En su aceptación, en ese segundo de generosidad está toda la chicha del asunto. Quizá, las redes sociales y esos quince jodidos minutos que predijo Warhol para la fama de todos, hayan sido el último escalón que le quedaba a la humanidad para volverse así de fea, así de egoísta. Los índices de suicidios acompañan esta deriva, pues de tanto mirarnos hacia dentro y de vivir pegados a la pantalla, nos hemos olvidado de que la vida es todo lo que pasa fuera. Y de los menores ni hablamos: sobreprotegidos en la vida real pero huérfanos en la digital. Lo triste del asunto es que se nos escapan muchas veces las tristezas de los nuestros, porque la empatía la reservamos para nuestras penas y no para los que realmente la necesitan. En ese bucle de 'yo-yo' en el que nos hemos instalado, dejamos pasar numerosas llamadas de atención de personas que nos reclaman, señales que se nos escapan, por el mero hecho de anteponer nuestros intereses al de los demás. No son buenos tiempos para la generosidad, lo vemos a diario en la política, en la actualidad, en la sociedad y, por supuesto, en la calle, donde se refleja la forma voraz que hemos elegido para movernos por el mundo. Puede que todo esto sea la consecuencia de ese consumismo desbordado que nos dicta cómo vestir, comer, opinar o incluso votar. Pero de nosotros depende si queremos seguir siendo siervos de las multinacionales de la bobada y el postureo, de ese narcisismo digital que nos obliga a posar y pasar por la vida como si fuéramos protagonistas de una delirante película. O volver a entonces, cuando mirábamos a los ojos de las personas, a cuando preguntábamos qué tal sin estar pendientes del teléfono por si había otro mensaje y, sobre todo, a pensar por qué somos tan importantes para otros.

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