casa de fieras
Por cuatro plumas
No hay payo tan tarado que se atreva a robar unos gallos de pelea a una familia que se las gasta de esta guisa
Apostar por la vida o por la muerte
Lalachús como género literario
Lo de jurar aún no lo hemos hecho. Y menos por cuatro plumas. Como si al hacerlo se cruzara una línea, una frontera sin vuelta atrás dónde todo será distinto. En caló se mangan gallos de pelea que Seprona devuelve, aunque sean cien mil lereles ... la multa por usar al cantarín de la mañana en peleas de apuestas y parné. Parece que la Benemérita ha optado por mirar para otro lado, no vaya a ser que terminen jurando por ellos también. La familia de Valladolid, los pucelanos que han maldecido hasta las letras de las lápidas de los muertos de sus muertos, han recuperado al menos ocho de los animales sustraídos. No hay payo tan tarado que se atreva a robar unos gallos de pelea a una familia que se las gasta de esta guisa. Pero esa España eterna que no cambia por mucho que lo hagamos el resto; esa que se mueve alejada del mentidero de la Villa y Corte con su cinismo y su pesadez, sigue siendo como fue, una colmena, un ciprés de sombra alargada y un caso que ni el Plinio de García Pavón se atrevería a resolver. Ojo con las amistades de este grupo de notables. Desde el tío Carato de Córdoba, al Johnny de Granada, a Moncho el gallego, al Chungo, al Pedro, amigo suyo de Madrid, al hombre Molina de la Cañada Real, al Lila de Francia y así, uno tras otro, los vallisoletanos enumerando los nombres de los gitanos más peligrosos del país. El costumbrismo hecho viral para gozo del foro.
El abuelo de un compadre, gitano de esta tierra tan suya como nuestra, protagonizó un episodio digno de los Nacionales de Galdós. Antiguamente, los gitanos se retaban para ver quién era más chulo que el otro, más temido, más bravo… Así, una tarde llegó a un bar de Alicante un tipo venido de lejos buscando al abuelo de mi amigo, José. Preguntó en la puerta por él, mientras un par de hombres empinaban el codo con la priva. ¿Quién pregunta?, dijeron. El otro se presentó. ¿Y de dónde vienes? Desde Sevilla, contestó. Vienes de muy lejos. Tendrás sed. Ven y tómate un vino. Se acercó hasta la posición de los dos hombres y se bebió de un sorbo el chato de tinto. Al terminarlo, uno de los parroquianos puso su mano derecha sobre la mesa, sacó una faca de su cintura, se cortó el dedo meñique y le dijo: Yo soy José. Y esto, te lo comes de tapita.
La moraleja es obvia: si me corto el dedo imagínate lo que voy a hacer contigo, comemierda, que diría el gitano entre el ruido y la furia de una novela que lleva años escribiéndose en la España real. Me gustaría tener la certeza (que no la tengo), de saber que si a alguien le okupan la casa, le roban al perro o le quitan el móvil, tendremos la inmediata actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para resolver el problema, antes de tener que jurar por todos esos muertos que tenemos a nuestras espaldas. O quizá, en esta nueva era, tenemos que cortarnos el meñique para que nos tomen en serio.
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