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La Alberca

El tren de la bruja

Las averías ferroviarias son un buen ejemplo de que España está perdiendo todos los trenes que llevan al futuro

Del 'no caso' al ocaso

La cabeza de Morante

Alberto García Reyes

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Por la ventanilla del tren se ve pasar la memoria. Ese tragaluz volátil es el lienzo sobre el que un territorio pinta su progreso. Por eso es tan simbólica la imagen del viajero que rompió el cristal de su asiento después de dos horas atrapado ... en la estación de Chamartín a 40 grados por una avería. Hacer añicos el cuadro por el que vemos España es un resumen del atraso hacia el que viajamos. El ministro Puente, máxima autoridad en la materia, busca culpables fuera de su despacho. Pero nadie mejor que él representa el declive de un país que se ha quedado en el andén de Europa. Hemos perdido todos los trenes del futuro. Con Zapatero haciendo proselitismo del pucherazo chavista, Puigdemont regresando de su refugio de forajido con la llave del Gobierno y los vagones detenidos en las estaciones del subdesarrollo es muy difícil quitarle a España la pátina bananera. Por ahí anda el discurso de Landero con motivo del día de Extremadura: «Queridos políticos, iréis de cabeza al infierno. Pero no por haber sido perezosos, bebedores o puteros o codiciosos o serviles o cobardes o descreídos. No, eso Dios lo perdona. Iréis al infierno por no haber traído a Extremadura el tren que Extremadura se merece». El ultraísta argentino Oliverio Girondo lo escribió en su poema 'El tren expreso' en los años veinte del siglo pasado tras recorrer la península en un vagón. Describiendo lo que ve por la ventanilla, aborda una retahíla de pobrezas que remata así: «... y las chicas que vienen a ver pasar el tren porque es lo único que pasa». Un siglo después, el tren es lo único que no pasa. El verano pasado, mientras el AVE acababa para siempre con sus sueños fundacionales de puntualidad parado en algún erial manchego, el sol mesetario asfixiaba a los viajeros y las azafatas repartían agua de balde. Dos ancianos alemanes encendían todas las jotas de sus letanías para que nos quedase claro, aunque no les entendiésemos una palabra, que estaban jurando en arameo. En su arameo de oclusivas teutonas. Una madre dejó en pelota a su bebé y abrió la veda para que se descamisaran también otros padres y abuelos. Y un guitarrista se puso a hidratar suavemente el instrumento para que no le saltaran las cuerdas. Se ve que era obra de luthier caro. La escena remitía claramente al tren del siglo pasado al que se subió Girondo: «¿Llegaremos al alba, o mañana al atardecer...?».

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