la alberca

Hoy me siento argentino

La derrota de Argentina ante Arabia Saudí, país vecino de Qatar, es la mejor manera de protestar por los desmanes de este Mundial

El pepinazo de Al Dawsari a la escuadra del Dibu Martínez fue como el gancho de Douglas a Tyson en Tokio en el 90. A veces el fuerte se distrae y el enclenque se cuela por la quijada. La manida elegía a la belleza del ... deporte. Lo nuevo es que en la derrota de ayer de Argentina hay metáforas a punta de pala, casi tantas como en aquella victoria de Maradona y diez más contra Inglaterra levitando sobre los riscos indómitos de las Malvinas. La tropa gaucha perdió contra el mayor régimen árabe, vecino directo del que organiza el Mundial más sórdido de la historia. Qatar es tan pobre que sólo tiene dinero. Y la FIFA, dirigida por el Tío Gilito, ha visto en el desierto arábigo un oasis de ingresos porque tampoco hay más que ver un un terruño en el que el litro de petróleo es más barato que el de agua. Sobre el desmadre de los ocho estadios en 50 kilómetros —el país solo tiene ocho municipios—, las muertes en el andamio, los esclavos pakistaníes, el insólito parón invernal para eludir el averno de las dunas y la denigración a las mujeres ya se ha dicho casi todo. Pero que vaya la Argentina de Messi a la península pérsica con las casas de apuestas entregadas y le dé candela Arabia Saudí es un pulso al orden mundial. El equipo anfitrión hizo el ridículo ante Ecuador porque el dinero no sabe centrar al punto de penalti, pero su vecino le metió ayer dos a la favorita. Después de escuchar a Infantino, el gerifalte del balón, a cuyo apellido se agarra la raíz léxica de su puerilidad retórica, es inevitable tener la necesidad de encender una barbacoa y echar un choripán. Si ante las evidencias de que en Qatar se han pasado por el forro los valores más elementales del mundo civilizado el presidente de la FIFA ha dicho que se siente árabe, gay y discapacitado, ante el gol de Al Dawsari yo me siento argentino. Adoro la derrota del grande y la victoria del chico. Veo más nobleza en una alineación impronunciable, digna de que el buen locutor de radio se la invente, que en una constelación de camisetas a 120 euros en la tienda del club. Me gustan los jugadores con más consonantes que vocales.

El fútbol es un deporte hosco. Por eso nos gusta tanto, porque permite al noble pellizcar las criadillas del rival en un córner o vomitar sobre el árbitro todos sus calostros. En ese mundo rupestre donde una patada en el menisco o la rotura del sóleo son lances naturales del juego, también hay bula para el caos ético, aunque lo de Qatar es una agresión sin balón. Y lo de Argentina una jugada maestra. En la ciénaga de las cuentas corrientes, la protesta más eficaz es que pierda el bueno y gane el malo. Y luego que sea lo que Dios quiera. Italia empató contra Polonia en su debut en el 82 y España perdió contra Suiza en el primer partido de Sudáfrica. Por qué no va a ganar el Mundial del parné de la familia Al Thani un país que ha empezado claudicando ante jeque Bin Salmán. Maradona decía que la pelota no se mancha, pero esta vez el trallazo de Al Dawsari en el desierto moral de la FIFA la ha desinflado.

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