La Alberca
El perdoncito
Si un liberado por la ley del 'sí es sí' reincide, Sánchez estará acabado. Por eso se aferra al PP y a quien haga falta
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Pedir perdón es un acto de generosidad y de compromiso con el prójimo. No se pide perdón para que el otro te limpie la conciencia, sino para limpiarle al herido la llaga que tú le has hecho. Pero Pedro Sánchez ha inventado el perdón ... egoísta, el que se pide con el fin exclusivo de quedar por encima del mancillado. Él quiere un indulto narcisista, una apoteosis de la falsa modestia. Uno de los etarras acogidos a la llamada vía Nanclares no fue capaz de pedirle perdón a los familiares del hombre que había asesinado porque lo que hizo «es imperdonable» y en un caso así «pedir perdón es dejar la pelota en el tejado del otro». Ni eso ha entendido el pantocrátor de La Moncloa. La respuesta que el presidente ha dado a Adolfo Lorente y Alberto Surio en El Correo sobre el desastre de la ley del 'sí es sí' —ya vamos por unas mil rebajas de penas a condenados por delitos sexuales— puede servir como lema del sanchismo: «Si hay que pedir perdón a las víctimas, yo pido perdón a las víctimas». Es decir, ni lo pide ni todo lo contrario. Comodín de tahúr. El uso del condicional es de máxima precisión porque atenúa el error, pero sin autocrítica. Es algo así como el empleo del diminutivo para restar importancia a algo. La lingüista sueca Disa Holmlander publicó un estudio interesantísimo titulado 'Estrategias de atenuación en español' en el que califica a quienes usan estos artificios como «autocéntricos». Pues eso. Lo que ha hecho Sánchez es pedir perdoncito.
Detrás de su gesto no hay un arrepentimiento, hay un interés. En el Gobierno crece el temor de que cualquiera de los excarcelados como consecuencia del bodrio de ley perpetrada por sus socios de Podemos pueda reincidir. Se aproximan las urnas y una noticia así puede acabar con todo. Los 'batasblancas' del laboratorio monclovita llevan semanas estudiando fórmulas para evitar un escándalo de estas dimensiones. Por un lado han proyectado a Yolanda Díaz como la gran iluminada de la nueva izquierda, pero la entrevista de Évole ha servido para confirmar dos evidencias científicas: que ni él es periodista, ni ella es una intelectual. Por otra parte, los profesores bacterios del sanchismo han intentado amainar la soberbia de Irene Montero, que como buena arrogante es la única que todavía no sabe lo inepta que es. Y como no lo han conseguido, lo único que les queda ya es arrimarse al PP para que le saque de este atolladero cuanto antes, pero para eso era obligatorio un gesto previo. El famoso perdón. Sin embargo, ese tacticismo cada vez más urgente hay que conjugarlo con la personalidad del presidente, que como todo el mundo sabe es infalible. Sánchez puede mentir, abusar de su poder, asociarse con el diablo o vender a sus camaradas, pero jamás se equivoca. Por eso la frase está tan bien escogida: «Si hay que pedir perdón a las víctimas...». Es un perdón preventivo por si alguno de los liberados gracias a la ley la vuelve a liar. Pero si eso no ocurre, el perdón y el error serán diminutivos autocéntricos. Todo ello pensando siempre que nosotros somos tontos superlativos, claro.
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