LA ALBERCA
Huellas de gaviotas
Donde las lanchas pasan como ferraris rojos junto a las gomas flojas está la playa verde del garum de Bolonia
¿Dónde está Marlaska?
El tren de la bruja
Está la playa verde, reflejo de una luz temprana que en la arena se funde en un color que llaman aguamonte. La bajamar es amplia, la espuma está en la boya y Tánger se aproxima al faro de Tarifa. Se ven los alminares, los ... barcos que se mueven despacio, como hormigas, las crestas del Atlántico, el velo de calima, los montes de Marruecos, el surco de las motos que vienen de Ketama y el viejo laberinto de redes: la almadraba. Aquí, en el puerto viejo, los cubos de navajas se venden a hurtadillas. La lonja no da abasto y el hombre del tatuaje que le devora el tríceps pregona camarones –tres vasos, cinco euros–, sardinas de estraperlo, algunos bocinegros, un borriquete grande y dos o tres marucas. Al rato, cuando el cubo se llena de monedas, el 'pescadero' bebe coñac en la taberna. Se gasta su jornal en yerba y 'bolleré', en mosto de Chiclana jugando al dominó. El viejo, en la cocina, adoba las morenas, serpientes del océano que mueren en la mesa. La carne del atún se ve pasar de largo desde los tristes bloques del Ministerio (viejo) de la Vivienda (vieja). Tal vez la cola negra encebollada o frita se ve algunos domingos. Mojama de los tiesos. El mormo, la ventresca, la ijada y el morrillo se van a los manteles bordados del turismo. El pueblo sólo ve los pinos de la breña, las olas del levante, las brumas africanas, los yates del Peñón, las luces de Zahara. No aplaude en el ocaso por la puesta de sol mientras bebe mojitos.
En el añil Estrecho donde los mares mueren, donde mueren las madres que traen a sus hijos hasta la playa buena, donde las esperanzas se ahogan a diario sobre pateras muertas, donde las lanchas pasan como ferraris rojos junto a las gomas flojas de la falsa ilusión, está la playa verde del garum de Bolonia, la de los alemanes, el búnker de Atlanterra, el Cabo de la Plata, astillas del navío del almirante Nelson, Punta Camarinal, la duna con la luna y la Paloma Baja, desde donde se ven los cielos de Tetuán. Simbiosis de opulencia y de pobreza extrema. Las Moiras y Afrodita.
Aquí gobierna el mar y no el verano. Nunca. La copa de aguardiente que llora en la cantina cuando llegan los barcos lo sabe. Se lo calla. Cuando soplen los vientos y se lleven de un golpe las sombrillas y el hielo, cuando vuelva el invierno y las olas se alcen, cuando ya sólo queden en la plaza morenas y no vendan atunes, cuando huela la sal en las chancas de nuevo, cuando todo el nudismo de las playas se quede en las conchas vacías, cuando no haya surfistas ni cometas ni palas, cuando el hombre tatuado ya no pueda venderle sus pescados a nadie, cuando vuelva el sonido de las motos de agua a mitad de la noche, cuando tenga el mercado el marisco a su precio, cuando cierre el paseo otra vez hasta mayo, volverán a la arena a pastar las retintas y las huellas de chanclas se hundirán lentamente. Nadie habrá que controle el viento bipolar: ¿es levante o poniente? Y aquí la playa verde, entre el mar y los montes, amanecerá sola con un dibujo efímero que pinta su destino: las huellas de las vacas y las de las gaviotas.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete