La Alberca
Los gemelos de Jabois
El poder de los premios Cavia de periodismo es comprender que los demás también tienen razón
Dos horas antes del discurso del Cavia, Jabois no tenía gemelos. Ni discurso. Se dio cuenta de las dos cosas cuando dejó escrito lo del día. El articulismo tiene algo de cocina cuartelera. Hay que llegar a él con el menú ya pensado, como ... a la política hay que llegar con las gambas comidas, y conseguir el mejor sabor con el menor número de ingredientes y para el mayor número de personas. Es alquimia. Lo dijo en su discurso de las nueve, que tenía en blanco a las seis, con un escueto ensayo: «En mi oficio se avanza preguntando». Primero preguntó dónde venden gemelos para la camisa del esmoquin y después llamó a Pérez Reverte, es decir, a la Academia, para preguntarle cómo se saluda a los Reyes desde un atril. Cuartango, perdón, el maestro Cuartango, habló como premio Luca de Tena del esqueleto del periodismo y Jabois asintió, casi desde el flexo de Camba, en la idea cardinal: «Nadie tiene la verdad absoluta y nadie está totalmente equivocado». El espíritu de los Cavia es ese. Hacer que Jabois se tenga que comprar unos gemelos para ir a decir lo que le dé la gana. Porque la libertad tiene formas. Es un folio vacío, sin consignas, antes de hacerse con él la pajarita de papel.
Yo creo que el periodismo es, en su quid, lo que hizo Serrat en la canción 'La bella y el metro', tan buena que nadie la elogia. Como las columnas que no son del día, sino de cualquier día. Como un buen puchero de rancho. El periodismo es saber mirar y saber contar. Ambas cosas en relación de esclavitud siamesa. Serrat se subió al metro y observó que «en el traqueteo del vagón hipnótico cada cual se inventa la suerte del prójimo». Y me pareció que Jabois cantaba su discurso, casi escrito con los labios allí mismo, mientras le soplaban por un pinganillo la letra: «El escritor ve lectores; el diputado, carnaza; el mosén ve pecadores y yo veo a esa muchacha. Los carteristas ven primos, los banqueros ven morosos, el casero ve inquilinos y la pasma sospechosos en el metro». El periodista ve mentiras. Mejor dicho, las huele, las sospecha, las pregunta y las vuelca sobre la mesa, inocentemente, sin más pretensión que cumplir su parte del trato. Porque ninguna verdad es absoluta, pero cualquier mentira sí lo es. Mientras Jabois recogía el Cavia en ABC, premio del articulismo español por antonomasia, alguna mentira en un tren cualquiera se dejaba mirar mientras miraba la nada que pasa por la ventanilla.
«La mentira siempre es un crimen», golpeó. El periodista que miente es como el policía que roba o como el cura que abusa. Jabois mira limpio y sabe escribir. No estoy siempre de acuerdo con él, bienaventurada la discrepancia, pero avisó con su esmoquin de arriendo del «poder de comprender que los demás también tienen razón». El talento sólo milita en el talento. No firma escrituras con nadie ni contra nadie. Reclama «menos espejos y más ventanas» para ver la nada que pasa mientras Serrat canta con la tinta de la venas de Cuartango y Jabois improvisa un artículo de los que se llevan doblados en la billetera sobre dónde compró los gemelos del Cavia.
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