casa de fieras
Merece la pena equivocarse
Si no le diéramos demasiada importancia a nuestro aburrimiento, estoy seguro de que todo sería mucho más fácil
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Cada día tengo más claro que la sociedad va por otro lado de lo que anuncian los titulares y la agenda política. Los españoles, aún con esa manía intrínseca de dividirse, llevan años adoptando otro modelo que no tiene eco en los medios ni en ... las líneas rojas que, más que una frontera inquebrantable, son los sólidos objetivos que atravesar por quienes manejan la batuta. El español medio comienza el mes pidiendo una botella de vino para comer, para el día diez pide por copas y del veinte en adelante lo hace por sorbos. Así sorteamos en España las olas de esta cosa que se llama la vida. Lo de los bandos y demás se queda en la pantalla, como el postureo, porque fuera de eso somos personas que tienen la mismas inquietudes y faltas. No merece la pena levantarse cabreado por lo que hacen con nosotros, porque se ha perdido la decencia de pedir perdón, así que dejemos de lado esa actualidad tóxica que nos invade al encender la televisión y traten de hacerle más fácil la vida al que tengan cerca. Hay un viejo dicho que responde a lo que fuimos, cuando a uno le preguntan, qué haría si le toca la lotería. Lo mismo, pero pudiendo, se dice. Creo, que en esa expresión está el don de nuestra naturaleza. Somos, por lo general, personas que queremos lo mismo, tengamos la ideología que tengamos. Muchas veces se dice que los que nos gobiernan son el espejo de la calle, pero algunos llevan demasiados lustros sin pisarla y ahí se demuestra que ni tanto. Al final todos anhelamos que no nos quiten de más, que no falte mucho y que podamos vivir un rato. Ya vendrá la guadaña con su enfermedad o su accidente para recordarnos que, al final, sólo queríamos que no doliese tanto. A todos nos gusta más o menos lo mismo, la tortilla con o sin cebolla, el Real Madrid o el Atlético, libros o series, carne o pescado, pero por favor, dejemos de dar tanto el coñazo. Si no le diéramos demasiada importancia a nuestro aburrimiento, estoy seguro de que todo sería mucho más fácil. Ya sabemos cómo funcionan los que mandan y, sobre todo, ya sabemos de qué pie cojean. Dejemos la ambigüedad aparcada junto a la trinchera, sean o al menos intenten, enemigos de los grises y de pescar en río revuelto. No cuela. Otra vez hemos visto esta semana lo del Vermut que no de grifo sino de vicio. Otra vez la industria callada, el juez en las redes sociales y al españolito medio que ni fu ni fa porque más que una denuncia, parecen campañas de promoción de festivales. Si tan demonio era haberlo dicho, pero de nuevo se ha elegido a uno del montón porque hacia arriba no se tiene aún el valor de señalar a nadie.
Debemos recuperar la normalidad, la que se ve en la calle y en el bar. Apaguen la televisión, desconecten sus teléfonos y díganle sí a una más. Verán como hasta equivocarse merecía la pena.
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