lente de aumento
Servir a España
A un partido lo une una idea, con todo lo voluble que la acompaña; a la Monarquía, un deber: servir a los españoles
Nerón incendia España
Danzad, danzad, malditos
Si la Constitución es el tejado que acoge, refugia y abriga a todos los españoles, incluso a aquellos que prefieren seguir a la intemperie; si regula la vida bajo la nación española, la Monarquía es el muro de carga. Es el pilar que permanece inalterable ... para sustentar todo, así llegue la carcoma del independentismo, la división y la desigualdad. A nadie se le prepara para gobernar un país; a un rey o a una reina sí, para ser la mayor representación del Estado, la cara visible, quizá no de lo que somos, pero sí de lo que debemos aspirar a ser. Los republicanos sostienen que nadie eligió a sus monarcas y que, por lo tanto, son un cuerpo extraño, innecesario. Un presidente bracea, maniobra, conspira y acaso esquiva sus deberes por razones que son de parte y pocas veces por el bien de todos. A un partido lo une a una idea, con todo lo voluble que la acompaña; a una monarquía, un deber, con todo lo que ello significa: la obligación de servir al Estado que le otorga su propia existencia, su razón de permanencia. Un gobierno, este especialmente, hace todo lo posible por permanecer, la Monarquía, todo, porque lo que permanezca y sobreviva sea la Nación.
El matiz, servirse o servir, retrata a unos y obliga a otros. ¿Qué mejoraría con una República? Nada. ¿Qué empeoraría sin una Monarquía parlamentaria? Todo. Al menos todo lo que ahora mismo resiste a los furibundos empellones del buldócer monclovita. La monarquía en la persona de Felipe VI, y algún día en su Heredera, es un dique de contención y, para Sánchez y su banda, el molesto recordatorio de su gigantesco embuste.
Resulta huero recordar que el 'top manta' político al que nos está sometiendo Moncloa es hijo únicamente de su necesidad aritmética, que nada de la palabrería de feriante con la que empalaga el ricino de sus actos obedece a otra cosa que su necesidad personal, con la certeza de que, si no necesitara a los secesionistas, a derechas y a izquierdas, hoy Sánchez sería el primer hoplita contra el independentismo. La mayoría progresista con la que disfraza la demolición de la Constitución para seguir realquilado en su palacio de la carretera de La Coruña es una superchería que lo define a él pero mucho más a los votantes de sus siglas. Y es que hoy no hay un solo socialista que pueda escudarse en que «Pedro nos engañó» porque «si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos (y van decenas), es mía», algo que sabemos gracias a Anaxágoras desde hace más de dos mil años.
Tampoco hoy hay un solo español que no sepa que un Rey puede fallar, desviarse, envilecerse o corromperse, pero también que la institución cuenta con los antígenos para combatir los males que puedan padecer quienes la ostentan porque el pueblo es la única razón de su existencia, la soberanía nacional y no la popular en la que ha devenido esta legislatura del sinécdoque, empeñada en la superchería de coger a una parte mínima de los españoles y alzaprimarlos sobre todos.
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