lente de aumento
Begoña no necesita enchufe, ella manda
A diferencia del resto de curritos, la mujer del presi no tiene que demostrar nada, le basta con descolgar el teléfono
Contra Sánchez y Pumpido sólo resiste el diccionario
Lo fácil es señalar
La calentura te lleva a precipitarte. Ese dedo rápido que no se compadece con el reposo necesario para decir por derecho lo que te empeñas en adornar con requiebros. Yo mismo el otro día. Me puse imaginativo y tecleé una chanza sobre lo (a)normal ... que es todo con Begoña Gómez. La señora quiere dirigir una cátedra de esas que tienen las universidades que nunca pisó y, oye, allá que llama al rector y le convoca a Palacio, al que Goyache acude raudo. Ahí en Moncloa se cocina el curro con ese puntito que tiene que el capataz de la Universidad Complutense tenga que desplazarse hasta la finca de los señoritos. No sé si en la garita le entregaron el currículum de la demandante de empleo. Vamos, el mundo laboral al revés. Me imaginé a mí mismo diciéndole a mis empleadores: «Pasaros por casa, que me vais a fichar, de los emolumentos ya os diré, que ahora me parece una cosa ordinaria. Los detalles, con mi secretaria».
El caso es que el presidente del Gobierno y sus juglares insisten en denigrar al juez que instruye la causa contra su amada, amenazar a los medios y aprovechar victimariamente la mangurrinada, por ahora ética, del matrimonio que protagoniza epístolas almibaradas, como de Barbara Cartland, dirigidas al respetable, al que tan poco respeta.
El rizoma de mi error tuitero está en que Begoña no reclamaba un trabajo con el que entretenerse y salir del tedio monclovita. No, lo que ocurrió con esa llamada es que se mostró en toda su abyección la cadena trófica laboral: quién manda, ella; quién tiene que obedecer, del rector a abajo, todos los demás.
Aquello no fue un enchufe como el que fugazmente disfruté yo en mis tiempos gaditanos de veinteañero, arrancando malamente en el oficio. Digo fugaz porque tengo grabada la frase que me dedicó mi primer empleador. Al poco de llegar al 'Diario de Cádiz', me dijeron que subiera a la planta noble. Atravesé el pasillo con mas curiosidad que nervios porque suponía que tenía que cumplir con un mandao. Pero no, llamé a la puerta, asomé la cabeza y al fondo del despacho estaba el ogro, que así llamaban en galeras al viejo Joly. «Eres Pery ¿no?». «Sí, señor». «¿Qué tal tu abuela?». «Bien», balbuceé, refugiado en el monosílabo, con la esperanza de que el control de mi verborrea evitara que acabara comprobando cuánto de verdad había en el apodo del capitoste de la familia propietaria del periódico. Dio igual. Lo constaté al instante: «La prebenda dura quince días. Si no vales, pasadas dos semanas, puerta».
Ese es el único enchufe que he tenido en mi vida. Nivel dios, de acuerdo, pero puede decir que le saqué partido. Repetí beca al año siguiente y ahí conocí a mi mujer, así que soy un tipo afortunado que supo aprovechar una oportunidad. Como Begoña, que lleva aprovechándose desde el mismo momento en que cruzó el umbral de Moncloa. Ella, a diferencia del resto de curritos, no tiene nada que demostrar. Le basta con descolgar el teléfono. Todo muy progresista.
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